Allá, en la aridez de la tierra desértica de la desesperanza, las necesidades más sentidas de nuestro amado ser, se van abriendo paso entre el tiempo y el espacio, erróneamente definido por la inhumana insensatez; y rompiendo el silencio, un corazón callado y sufrido, activa la más pura energía para que ocurra el milagro, al dotar de poder a las miradas distantes y un tanto extraviadas, para que se activen ansiosas y busquen con verdadero afán, tocar la puerta del alma, para que se abra el canal y dejar fluir del abrumado interior, aquello que nos ha robado la calma; y atraídos por una voluntad divina, oculta al entendimiento humano, motivada por la incomprensión debida a la falta de fe, se establece la milagrosa conexión espiritual, para hablar de la razón de generarla, y determinar con ferviente autoridad, que el cuerpo hable, para expresar con toda libertad, los sentimientos como el miedo, el dolor, la tristeza, el rencor, el resentimiento, y se invoque al amor para que sane todas las heridas.
Yo necesito hablar y tú escuchar, me dijo el espíritu doliente, y me dispuse a escuchar sin estar ausente de la imperiosa necesidad del que busca la paz, y había tanto que decir, porque por muchos años el corazón de mi prójimo se mantuvo silente, que me convertí en tiempo, en un espacio tan abierto y tan cercano, que se podía percibir el calor que emanaban nuestros cuerpos cuando la misericordia actuaba para erradicar todo aquello que mantenía a su alma cautiva.
Todos necesitamos hablar y necesitamos saber escuchar, el momento Dios lo va a disponer, estemos todos atentos, el Señor nos va a sorprender.
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