Debe existir por lo menos una razón válida para decidir que el regreso a clases presenciales en Tamaulipas sea en noviembre.

No dudo que la tengan en el archivo. Lo que dudo es si es tan importante como para desafiar las docenas de argumentos que se desbordan para no volver a las aulas en este final de año.

¿Qué pretenden demostrar las autoridades educativas del Estado con esa determinación?

¿Cuál es el objetivo de decretar el retorno en ese mes?

Son preguntas sin respuestas oficiales convincentes, lo que concede una licencia virtual para la especulación y dar rienda suelta a la imaginación, a veces sustentada y lo admito, a veces calenturienta.

Si me permite, expongo mi percepción al respecto.

No entiendo para qué llevar en ese mes a alrededor de un millón de alumnos a las escuelas, si para cuando apenas estarán los estudiantes encontrando acomodo y retomando sus rutinas escolares, volverán a dejar los planteles por el período vacacional navideño.

No entiendo tampoco la escala de valores que aplica la Secretaría de Educación estatal, si tiene completo conocimiento de que de las aproximadamente 6 mil 500 escuelas que operan en el Estado, casi 5 mil están en condiciones deplorables y dentro de ese segmento muchas de ellas no sólo dan lástima, sino que están para soltar el llanto.

No es una elucubración ni ganas de molestar. Las denuncias presentadas ante la propia SET muestran cuadros dramáticos en donde los saqueos a planteles han dejado a estos sin redes eléctricas, sin agua potable y sin baños por el robo de lavabos y tazas de sanitarios; sin equipo electrónico, infestados de maleza por la ausencia de mantenimiento, con paredes agrietadas y con escaso mobiliario, por citar algunos de los problemas que sufren.

Si de alguna manera puede pensarse que son más o menos confiables para impartir clases, la verdad es que ni en sueños parece ser posible que dispongan de lo necesario para aplicar los necesarios filtros sanitarios que impidan que esta aventura se convierta en otro motivo de zozobra familiar.

Este es un dato real: De la cifra total mencionada de escuelas, sólo unas mil 500 son aptas para operar. No por la atención de la SET, sino porque el trabajo conjunto de maestros y padres de familia las ha mantenido durante la pandemia en un nivel comparable con las instituciones particulares. Muy bien por ellas, pero por otro lado también muy lamentable porque el resto refleja un severo abandono.

Así que nsisto: ¿Por qué en noviembre?

Una muestra de prudencia en ese terreno la acaba de aportar la Universidad Autónoma de Tamaulipas. El Rector Andrés Suárez Fernández salió al paso de rumores y cotilleos y dejó claro que el Alma Mater estatal volverá a abrir sus puertas al cien por ciento hasta enero.

Curioso o revelador, como usted lo quiera ver, pero esto es importante:

Si la universidad reabrirá hasta el 2022 en un intento de proteger a una población escolar que se mueve entre los 18 y 25 años de edad aproximadamente, los cuales son estudiantes con criterio propio y no necesitan cuidados extremos, ¿Cuál es el argumento para exponer a niños desde 6 hasta 15 años, cuando la gran mayoría de ellos no tiene la madurez para medir el peligro de salud que enfrentan?

En este escenario las dudas se desgranan.

¿Es una especie de experimento o prueba?

¿Podrían explicar cuál es el beneficio de una acción que parece fundarse en el “lllueva, truene o relampaguee”?

Pueden responder lo que quieran. Para su servidor, regresar a clases presenciales en noviembre es una decisión derivada más de una estrategia politica que de un imperativo educativo o peor aún, alejada de una óptica sobre salud.

Por el bien de los niños, espero equivocarme de punta a punta. Extraño, pero eso me haría feliz…

LA FRASE DE HOY

“El sentido común no es resultado de la educación”

Víctor Hugo

 

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