Desde 1982, cada año en el mes de febrero, los campesinos de Tamaulipas rinden homenaje al agrarista de San Patricio (Padilla) que siempre escuchó y atendió sus demandas: Juan Báez Guerra.  El entonces gobernador, Emilio Martínez Manatou, siendo sensible al recuerdo de respeto y cariño que le guardaban a mi abuelo, llevó a cabo una investigación y consulta a reconocidos historiadores y líderes de opinión de la época, quiénes coincidieron en que el máximo líder social de Tamaulipas, era mi recién fallecido abuelo paterno, razón por la cual decidió erigirle un monumento en la plaza principal de Nueva Padilla.  Para ilustrar el respeto y el cariño que Juan Báez le merecía a los campesinos, comparto las siguientes líneas que relatan épicos momentos de la historia de nuestro Estado.

De su primera época como dirigente de La Liga (1947-1952), me parece verdaderamente admirable la resistencia que encabezó a raíz del acoso y persecución sufrida durante la gestión del gobernador sustituto, el General de División Raúl Gárate Legleu, quien asumió el mando en 1947, tras la desaparición de poderes en la entidad.  En aquel año, el Gobernador Hugo Pedro González fue destituido al ser acusado de estar involucrado en el asesinato del periodista Vicente Villasana en el reconocido Hotel Sierra Gorda.

En ese entonces, mi abuelo también fungía como diputado local (1946-1947), precisamenteen la legislatura que cesó funciones tras la llegada del General Gárate, quién intentódesconocerlo como Secretario General de La Liga a fin de tomar control de la misma, para lo cual nombró a un dirigente que jamás pudo entrar al edificio que la albergaba, pues los agremiados rechazaron toda clase de presiones con mi abuelo al frente defendiendo la consigna “Aquí mandan los campesinos”.  Al respecto, Marte R. Gómez, uno de los intelectuales más reconocidos que ha dado Tamaulipas, acuñó la frase: “La Liga Agraria de Tamaulipas ha sabido ser un bastión del agrarismo nacional con El Poder, sin El Poder y contra El Poder… y contra El Poder, sólo Juan Báez Guerra”.

Cuenta mi familia que mi abuelo caminaba de su domicilio a la Casa del Campesino, ubicada frente al Paseo Pedro José Mendez de Ciudad Victoria, y a lo largo del trayecto frecuentemente era vigilado por un par de pistoleros al servicio del General Gárate. Aquellos años de templanza lo hicieron abrazar la causa rural con mayor fuerza y determinación.  Precisamente los hombres y mujeres del campo que tanto cuidó y defendió vendrían a tenderle la mano en los tiempos aciagos en los que el gobierno de Gárate le bloqueó toda posibilidad de ingresos. Prestos, leales y solidarios acudieron al llamado, gracias al cual nunca faltó comida en la mesa de mi padre y mis tíos, en ese entonces apenas unos niños que empezaban la escuela primaria.

En la vida del sector agrario tamaulipeco no hay otro momento más álgido, adverso y hostilque el vivido en aquella época, cuando el agrarista de Padilla demostró vocación, carácter y fortaleza de convicciones que había forjado a lo largo de los años y al lado de grandes personajes.  Pero a fuerza de resistir, la historia cambió, el orden constitucional se restableció y las condiciones políticas volvieron a tomar su cauce, Juan Báez volvió a ser diputado local (1969-1971) y dos veces diputado federal (1952-1955 y 1973-1976).

Justo antes de llegar por primera vez a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, asistió a la Convención Nacional del PRI en la que fue convocado a dar unas palabras en representación del sector campesino, en el momento preciso en que en la marimba sonaba la popular pieza “La Bamba”.  De manera inteligente, alegre y sencilla, su discurso dio inicio con una frase aparentemente inocua pero que al día siguiente dio la nota principal en los diarios nacionales: “Los campesinos de México queremos que siga La Bamba”, lo cual implicaba que el sector campesino apoyaba el relevo del Presidente Miguel Alemán Valdés, de origen veracruzano, en favor de otro jarocho: Adolfo Ruíz Cortínez, quién así fue “destapado” para llegar a ser Presidente de la República en 1952.

Más allá de las anécdoctas históricas, hay forma y fondo en lo que Juan Báez dejó como legado a su familia y a su Estado, y no es casualidad que ello esté íntimamente ligado a loque, por sus condiciones de origen más no por sus intereses personales, no logró culminar: La educación formal.  Con su visión progresista y amor por su familia, habría de impulsar a sus hijos e inspirar a sus nietos a estudiar para servir mejor; y, con su liderazgo político,habría de persuadir a un importante grupo de campesinos de Tampico a ejecutar un actoextraordinario que consolidó uno de los pilares fundamentales del Estado: la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Un legado que habré de compartir con usted, estimado lector, en mi próxima y última colaboración sobre mi querido y admirado abuelo.

* Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.