No es fácil para toda esa gente de los estados afectados por los sismos que desde el día 7 azotan al país: no es fácil acostarse con la incertidumbre de saber si se levantarán de nuevo o amanecerán bajo escombros.

El temor, el terror, la psicosis del terremoto y el recuerdo del de 1985 y más, tiene a millones en la zozobra total.

Réplicas que se disfrazan de nuevos temblores, gente que piensa que ahora si se acaba el mundo cuando tiene que salir corriendo de casa, con el pánico a todo lo que da, y con el miedo de no volver a ver a sus seres queridos.

Por otra parte, una interminable fila de manos amigas, manos solidarias que levantan piedra a piedra la esperanza de miles de encontrar a sus seres bajo escombros que, conforme pasa el tiempo, tienen menos posibilidades de sobrevivir por aspectos completamente naturales.

No se sabe qué sucederá: la madre Tierra es impredecible, y está enojada porque le hemos hecho muchísimo daño a través del tiempo, y ha acabado por cansarse y levantar una voz de protesta ante la irresponsable actitud de todos los que le habitamos y no hemos sido lo suficientemente generosos con ella como para merecer un mejor trato.

Los terremotos, maremotos y muchos otros fenómenos naturales son la clara muestra de su furia, y no hay aquí leyendas bíblicas, religiosas o profecías que se vayan a cumplir. No.

Lo único que se está cumpliendo es una ley natural que es resultado de la interminable agresión a la Madre Tierra que por siglos ha aguantado nuestra irresponsable actitud, y hoy nos hace saber que está molesta, dañada, herida, enojada.

Pero esos millones de pares de manos de las que hablamos nos enseñan que hay esperanza todavía en la raza humana, solidaria y unificada en un solo objetivo: ayudar. Y lo vemos por ejemplo, en esas tarimas llenas de víveres que adornan hoy las afueras de la Presidencia Municipal de Victoria, convertida temporalmente en centro de acopio y monumento a la solidaridad. Pasamos este sábado y nos ha impresionado la cantidad de comida e insumos que se han reunido para nuestros hermanos en desgracia.

Lo triste: nadie confía en las instituciones, y eso ha hecho más difícil el que la ayuda llegue en forma oportuna. Nadie quiere donar a través de ninguna instancia oficial porque pensamos que se lo van a robar. Hemos visto cómo la Cruz Roja Mexicana y la Cruz Verde han disminuido gravemente sus niveles de confianza, y la gente ya no quiere hacer donativos a través de ellos.

Mucho menos de las televisoras oportunistas que siempre han llevado ayuda de todo un pueblo a nombre suyo, es decir, haciendo carvana con sombrero ajeno.

Los gobiernos estatales, tan desprestigiados como nunca, tampoco tienen el aval de un pueblo ávido de ayudar.

No sabemos a dónde llevar al ayuda sinceramente, y eso hace que se pierda mucho recurso en el camino.

Y para colmo, individuos carentes de todo aspecto moral que roban en estos tiempos y asaltan camiones de ayuda, conjugándose con los resultados hoy obtenidos.

Pero México sigue de pie y nosotros no terminamos de tener fe en la humanidad y en el ser humano que colabora con los suyos, que levanta piedras una a una ante un gemido o una débil voz que puede significar la existencia de alguien.

Hay mucho aún que agradecer a la vida y eso es la solidaridad mexicana, y de otros países que han enviado mucha pero mucha ayuda de toda índole.

Hay mucha gente ayudando, removiendo escombros, pero más importante, haciendo que nuestro corazón vuelva a sentir esa esperanza en la humanidad.

No deje de ir con su colaboración este domingo al Libre 17, pero por favor, ya no lleve comida: hacen falta insumos de medicina y sanitarios principalmente.

Su corazón dictará el tamaño de su apoyo. Y todos lo agradeceremos infinitamente.

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