Se puede estar rodeado de personas, pero saber que se vive en soledad; porque, no basta intercambiar unas cuantas palabras al día o interactuar en acciones conjuntas por cuestiones familiares o laborales; el vacío que se siente, al percibir que cada quien vive en su mundo y por ende, le da prioridad a sus intereses, impone grandes barreras para poder establecer relaciones saludables y energizantes.

En lo personal, frecuentemente me asalta ese sentimiento de orfandad, que en automático, muy a mi pesar, suele aparecer para aislarme del entorno, he de confesar, que nunca ha sido de mi agrado estar solo; y cuando detecto la presencia de una nueva oleada de pesadumbre por el aislamiento, lucho con todas mis fuerzas para mantenerme dentro del círculo de actividades que nos relacionan con las demás personas.

En ocasiones, platicando con mi esposa sobre este tema, ella me ha calificado como una persona un tanto antisocial, pero le rebato la cuestión, porque si así fuera, no encuentro explicación al hecho de cómo he logrado intervenir en innumerables procesos, donde se requiere de una interacción efectiva y muy dinámica con las personas de diferentes estratos sociales.

Vivir en soledad, no necesariamente se traduce a estar solo, si bien, en esos espacios de abstracción, a través de la meditación, se puede llegar a cualquier lugar y estar con quien más desees, principalmente, puedes sentir la presencia de Dios, quien nos invita constantemente a mantener una relación cordial con nuestro prójimo, precisamente, para evitar que ese sentir limitiforme se traduzca, de un retiro involuntario, a un trastorno depresivo de tristes consecuencias.

“Es fácil vivir de acuerdo a la opinión del mundo, es fácil vivir en soledad de acuerdo con nosotros, pero el gran hombre es aquel que en medio de la muchedumbre mantiene con perfecta serenidad la independencia de la soledad” (Ralph Waldo Emerson)

 

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