Recordar un milagro, siempre fortalece los lazos del amor y su dulzura, de nudo tan apretado, que nada, ni nadie con amargura podría desatar, así le invada la amarga desventura, de no poder conciliar, que exista la cordura en un amante de espíritu tan singular.

 

LA ROSA AMARILLA

Quiero conquistarte amor, con una rosa amarilla, la misma rosa que te diera el día que te pedí perdón; la flor que parecía triste y cuyo color palidecía al sentir la ira de tu orgulloso corazón.

 

Recuerdo que al caer la noche el reproche aparecía y el amor del día sucumbía ante la duda sin razón, porque desconfiabas aún del amor que te ofrecía, del amor que sólo es tuyo y te pide compasión.

 

Mas para sanar la herida que tu amor ensombrecía, no bastó que sumara a mi dolor el tuyo en divina comunión, y que mi alma arrepentida muriera día a día entristecida al ver alejarse de mi vida tu perdón.

 

En la triste soledad y creyendo a mi alma ya perdida, supliqué a Jesús hablara por mí a tu dolido corazón, y quiso enviarnos una prueba en la flor que ya languidecía, haciendo que por su amor brotara la maravillosa resurrección.

 

Hoy te pido de nuevo amada mía, que si es amor lo que a mi vida te une con pasión, recuerdes la sentencia que escuchamos en la homilía: lo que Dios unió, no lo separe el hombre para su destrucción.

 

Y  fue aquella rosa amarilla y el perfume que despedía el milagro que tanto pedí a mi Dios para la sanación, de un alma desconfiada que en la duda se perdía, y otra entristecida, que rogaba al Señor su intervención.

 

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