El día en que te conocí amada mía, no pude dejar de ver tus grandes y hermosos ojos, y viendo reflejando en ellos el amor que siento por ti, con el tiempo comprendí, que no podría jamás dejar de mirarlos, porque más allá de lo que tu mirada decía, me asomé por la ventana que ofrecían, para ver tu alma pura y consentida.

LA VENTANA EN TUS OJOS

Todo pasó tan rápido, el viento acaso, me rozó la cara,

y el sutil calor del sol, mermado por el inclemente frío,

no me dejó sentir la alegría de la vida, como yo deseara,

y el tiempo, no fue como yo quería, para que fuera mío.

Todo pasó tan rápido, de una forma poco inusual y rara,

tanto, que nadie creería que se secara la última gota del río,

la que quitaba la sed de la desesperanza que observara,

por la clara indiferencia, de cuando lloro y cuando río.

Todo pasó así, para que de los años, mi vida no se percatara,

llegaba el día y esperaba la noche con el semblante sombrío,

sintiendo, que algo me faltaba, deseando que me acariciara

para sentir el calor de sus caricias y alejar de mi cuerpo el frío.

Todo pasó tan rápido, y no quisiera, de tu amor nada me alejara,

y si el tiempo se mide en años y con su paso en ti confío,

no me pidas que te deje de querer, sin que nadie me acusara,

por asomarme a la ventana de tus ojos, para quitarme el frío.

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