Mira mi niño preciado, que a tus 14 años cumplidos y siendo tú mi primer nieto esperado, aquel venturoso 4 de marzo me convertiste en abuelo cuando aún no sabía cómo podría yo amarte. Y mira cómo has crecido, para mi gusto eres grande, mas he de decirte, que el tener una gran estatura, no te hace un hombre, como tu ánimo con firmeza pregona y porfía.
Mira que cada vez que te veo, me siento tan orgulloso, que mi corazón, estando en calma y reposo, brinca y se llena de gozo por lo mucho que me haces feliz; mas he de confesarte una cosa, que a veces, me invade el temor de que un indeseado día, la luz que hoy te ilumina y te guía, deje de alumbrar tu camino y trunque lo que he vislumbrado, como un brillante destino para ti.
He de confesarte también, que ayer, sin poder evitarlo, vi en tus ojos cafés tan hermosos, esa mirada triste de niño, que no dejado de sufrir; era una mirada de corto alcance, veías pues, sólo lo más cercano, aquello que suele lastimarte, pensando que no hay justicia en este mundo para ti, era una mirada detenida en el tiempo, en el cuál, lo que más deseabas era ser inmensamente feliz.
Ayer te escuché debatir sobre las injusticias en la vida, te sentí, por cierto, resentido y desafiante, buscando afanosamente desquitarte, queriendo repartir tu amargura entre los que consideras causantes de tu lamentable sentir, mas a tu paso, sólo encontraste el corazón amoroso de quienes solemos amarte, aunque no estés en ti.
Mira mi nieto adorado, se puede ser niño y ser grande, sin necesidad de enojarte, mira que noble tu espíritu, que tan sólo con abrazarte, se apaga aquel fuego que dices suele quemarte; mira, tu alma y la mía, se llenan de paz y alegría al entregarle a Jesús nuestras penas, nuestra tristeza y todo lo que se ha convertido en nuestra peor pesadilla.
Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com