Nunca me dijo que me amaba, solamente me regaló una mirada, y yo anhelante como estaba por ser amado, me dejé llevar por el pecado de la vanidad, pensando que sólo bastaba la belleza corporal para que tan preciado sentimiento se arraigara.

Es que se puede ser tan ciego y ver un manantial en el desierto, cuando la sed de tener lo que se anhela, incentiva el ego, por sentirse consentido y bendecido por el Dios eterno. ¿Ciego? … y sordo diría yo, porque creí que los ojos hablaban y la boca… la boca era el premio para saciar con sus labios la sed de la que hablaba.

Engañado sí, pero no por ella, sino por el falso sentimiento de confianza, del que alardeaba por ser afortunado, con la insinuación de su mirada, cómo pude imaginar siquiera que una diosa como ella podría amar a un miserable curandero de los males, que no encuentran cura ni consuelo en las virtudes de la ciencia humana.

Soñador, sí, eso es lo que soy… soy un soñador que construye fantasías con los sueños que nacen de los deseos frustrados, de un aprendiz de alfarero que no puede darle forma a sus desvelos, por no sentirse amado debido a sus defectos ,que terminan hundiéndolo en el barro de su extraviada inspiración.

Pero a quién quiere amar este reniego caprichoso de la vida, que se curte en la amargura de sus frustraciones  y se maquilla con la dulzura de las ilusiones de ser un hombre bueno. ¿A quién quiero amar, te preguntas?  Pues a quién me acepta como soy, a quién no me pide explicación de mi conducta, no me cela, no reprocha mi amargura, permite mis berrinches siendo adulto como si fuera un niño, porque de mi amor siempre está seguro; al que me dio a escoger entre ser un ángel en las alturas o bajar a la tierra para vivir un amor entre espinas.

No me dijo que me amaba, sólo me regaló una mirada y yo anhelante como estaba por ser amado, me dejé llevar por el pecado de la vanidad, pensando que sólo bastaba la belleza corporal, para que tan preciado sentimiento se arraigara.

¿A quién quiero amar?

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