En esa quietud que tu espíritu percibe, cuando la paz interna te acompaña, por el gran amor de Dios que se recibe, desde que el buen Señor te despierta con el cálido y brillante sol de la mañana.
En ese dar gracias que te sale del alma al mirar al cielo, y te permite conservar la calma, aún, cuando deberías estar paralizado por el miedo, al navegar por un mar agitado por la furia que genera el desasosiego, por la incertidumbre que amenaza, con dejarte ciego.
En ese desear que estés siempre conmigo, para sentir tu amor en un abrazo de Padre, de hermano o de amigo, que le impida a mi alma salirse de mi cuerpo, para que ésta se pierda, por un camino incierto y desconocido.
En ese decirte lo que Tú ya sabes, sí, que estoy enamorado de la vida, una vida que me obsequiaste, para vivir a mi entera complacencia, velando desde luego, de no perder conciencia, de hacer de tu voluntad, la mía.
En esa calma que viene después de la tormenta, nunca olvido que Tú eres la luz que ilumina la oscuridad de mi inconciencia, y me hacer regresar a salvo, después de enfrentar todo peligro, que amenaza con quitarme la paz y la paciencia.
¡Oh Jesús! eres el amor más grande que llegó a mi vida, tu divina gracia me da quietud, me da paz, me da la calma, para ser fuerte, cuando sé que soy débil, cuando la oscuridad me ciega, cuando caigo por no saber cargar la cruz de los miedos que me asechan, cuando mi fe pareciera abandonarme, cuando no debiera.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com