¿Qué es lo que me hace feliz? Te lo diré… por si algún día me lo preguntas, aunque sería mejor que no lo supieras nunca, porque entonces, tendría el pretexto perfecto para decirte mentiras, y las mentiras, no suelen ser el alimento con que se nutre tu espíritu, cuando se encuentra caminando en la soledad de tu desierto.

¡Ah, ya te diste cuenta! pero no lo des por cierto, porque no es lo mismo estar triste, que decepcionado, sí, decepcionado de lo que me hubiera gustado tener en los momentos en que me siento sólo y asustado; ¡pero qué digo! pensarás que soy débil, bueno, te confieso que de alguna manera siempre lo he sido, aunque no por los motivos que pensaste, mi temor no tiene nada que ver con sentirse amenazado por una entidad desconocida, mi miedo, se debe más bien, al hecho de confirmar que pude haberme equivocado cuando había jurado que no había amor más grande que el que tiene un hijo por su madre, porque si así fuera, no había de buscar entre mis miedos, aquel que pudiera lastimarte, y si mi ausencia te lastima, te pido perdón por tan gran pecado.

¿Por qué has dejado de mirarme? ¿Acaso es esa tu manera de reprocharme que sea yo un cobarde? ¿Acaso mi voz y mi presencia está ya tan distantes de tu corazón de madre? ¿Acaso una madre no se esmera en darse toda, a quien más necesita de su amor?

Ahora ya comprendes el tamaño mi pena y mi gran dolor, ahora, ya puedo decirte lo que me hace feliz, regálame al menos una mirada para asomarme a tu corazón y comprobar que no has dejado de amarme.

“Y respondíome: Bástate mi gracia: porque el poder mío brilla y consigue su fin por medio de la flaqueza. Así que con gusto me gloriaré de mis flaquezas o enfermedades, para que haga morada en mí el poder de Cristo. Por cuya causa yo siento satisfacción y alegría en mis enfermedades, en las persecuciones, en las angustias, en que me veo por amor a Cristo. Pues cuando estoy débil, entonces con la gracia soy más fuerte. (2 Corintios 12:9-10)

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