Caminando con Sebastián
Mira esos hermosos ojos curiosos que todo lo quieren ver, mira esas manos inquietas que todo quieren tocar, y qué decir de tu notable curiosidad; hay tantas cosas que te quisiera contar, quisiera hablar de tantas cosas contigo, y contestar tu dudas, para hacerte sentir tan seguro, para que a cada paso que des, se reafirme tu bondad. Quisiera estar siempre contigo, sobre todo, en los momentos en que se presenten en tu vida esos vacíos, que te hacen dudar del camino que debes de seguir.
Recuerdo cuando eras un niño y te llamó la atención el Cristo que me ha acompañado desde que desperté de la oscuridad para acudir a la luz que el amor me ofrecía; recuerdo, que preguntaste, por qué a Cristo le faltaba una de sus manos y fue entonces que te conté aquella historia, de cuando me sentí perdido, y le pedí a Jesús me diera una mano para no caer, y sorpresivamente, la mano empezó imperceptiblemente, a cambiar de posición, hasta que un día cayó, encontrándola sobre mi mesa de trabajo; de inmediato la regresé al Cristo, pegándola, pero una y otra vez caía de su lugar así empleara todo tipo de pegamento, terminé por ponerla a un lado de la repisa que contenía mis libros, esto con la finalidad de hacer un molde en cera, pero pasó el tiempo y lo fui olvidando, hasta que de nuevo me sentí perdido en la oscuridad de mi tristeza, al no poder llenar un vacío interior; reconozco que me había olvidado por completo de aquel crucifijo, pero sentí la necesidad de tenerlo junto a mí y lo fui a buscar, y al encontrarlo, cuál fue mi sorpresa que ya no tenía ninguna de las dos manos y decidí colocarlo en la mesa de trabajo, confieso que sentía mucho remordimiento, tanto, que esa noche tuve problemas para dormir, entonces me puse a rezar y le dije a Jesús: ¿Cuánto habrás de haber sufrido cuando te clavaron en la Cruz, dame un poco de tu dolor, para poder apreciar el gran sacrificio que hiciste por mí, y después de esa noche, me despertaba un dolor punzante, primero en mi mano derecha, después en la izquierda, y finalmente en mis pies, al principio traté de buscarle una explicación, pero no la encontré, cómo el dolor se presentaba siguiendo un orden, primero en la mano derecha, después en la izquierda y finalmente en los pies; después de un tiempo desapareció el dolor. Recuerdo que me preguntaste al terminar: ¿Abuelo y dónde quedaron las manos de Jesús? Me le quedé viendo a sus hermosos ojos y le contesté: Aún me están sosteniendo, y espero que algún día te sostengan, cuando sientas la necesidad de tenerlo siempre cerca de ti.

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