La mancha
No suele ser suficiente la luminosidad que emana de la bondad de un cuerpo cuyo espíritu es armonioso y floreciente, lo que siempre sobresale para que otros te vean diferente, es la mancha que suele ser del color que refleja la emoción de los ojos que te miran, sea pues con odio, envidia, o rencor, que hablan del desamor que sienten por la gente; más, si fuese admiración, respeto o con amor, emanaría de la crítica un saludable proceso de reconciliación y purificación, para que el cuerpo, el espíritu y la mente formen en comunión, la unidad que brillará por siempre.
La mancha puede ser oscura si quien te mira vive en la amargura de no haber podido consentir salirse con la suya, de ahí que no importa cuán hábil sea su mente, siempre se pierde la cordura, y aparece el dolor al sentir su alma impura, cuando no se obtiene lo que se desea con locura.
El que te observa negativamente, por más concentración e inteligencia que presuma, no podrá consentir en otros la belleza y la ternura que sale del corazón, por tener apagada la luz que lo ilumina, así como nadie puede arrebatarle la libertad al aire que circula, porque goza de ser un elemento que Dios creó para darle al ambiente la limpieza y la frescura.
Quien no tiene una buena intención, siendo pequeña la mancha, le resulta grande en la ocasión, pues las miradas de quien buscan en otros la perfección de la que adolece, tendrán suficiente justificación para criticar la imperfección de quien jura que no es un ejemplo de modelo por ver distorsionada su figura.
Quien te observa siempre positivamente, te respeta y no se dejará llevar por habladuría maldiciente alguna, en su corazón siente la fortuna de haber mirado siempre de frente a aquellos cuya luz es tan resplandeciente que como faro guía a los que ve en ellos un hermano con la dignidad íntegra para ser distinguido como un buen ser humano.
Camina con la frente en alto, mirando al cielo, buscando la luz divina que le da rumbo y sentido a tu vida, Dios siempre iluminará tu camino, aún más que el sol que ilumina tus días, o la blanca luz de la luna, que por más oscura que sea la noche, no permitirá que tropieces, ni pierdas tu buena fortuna.
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