La semilla

Siendo un niño, mi madre me dijo: Cada vez que voy a lavar este pantalón tuyo, encuentro esta semilla en el bolsillo, por qué instes en traerla contigo. Le contesté como otras tantas veces lo hice: Esa semilla me la regaló mi abuelo un buen día cuando juntos recorríamos aquella huerta de naranjo, el rancho de su propiedad, el sol y la caminata entre las hileras de naranjos, me habían agotado, y con ansia esperaba el momento en que el incansable Don Virgilio detuviera el paso para que sentados bajo una sombra pudiéramos refrescar, en aquello que parecía una interminable marcha, por fin, el hombre sacó del bolsillo de su pantalón un paliacate y secó su amplia frente perlada de sudor, después dio un fuerte resoplido y me dijo ve a cortar un par de naranjas, su petición me llenó de gozo y sin más, quise emprender la marcha pero me paré en seco al ver la interminable hilera de naranjos cargados de fruta, al ver aquello el abuelo dijo: Las naranjas las habrás de cortar del primer naranjo que está sembrado a la entrada del huerto.

Salí corriendo y no paré hasta llegar al sitio donde se encontraba el naranjo, llamándome la atención que de sus ramas pendía una sola naranja y para colmo ésta se encontraba en la cima de aquel generoso árbol, me puse a pensar cómo le haría para llegar hasta ella,  miré hacia todos lados y pude ver una escalera mediana y decidí ir por ella , como pude la arrastré, pues cargarla me parecía imposible ya que la fuerza física de un niño de seis años como la mía no me daba para cargarla, como pude la fui recargando sobre el naranjo, me fui subiendo cada uno de sus peldaños y noté que aún me faltaba un poco para llegar a la naranja, estiré lo más que pude mis brazos, la tomé por fin entre mis manos y le di un fuerte tirón para desprenderla de la rama que la sostenía, fue tal el esfuerzo que la escalera empezó a resbalar y yo con ella, llegó un momento que pensé que me quedaría colgando, pero por fin el peso de mi cuerpo venció la resistencia del tallo que sostenía al fruto y con ello fui a dar hasta el suelo, asustado me levanté y empecé a sacudir el polvo que se había adherido a mi ropa y pude notar que tenía rasguños en la piel de mis antebrazos ocasionados por el roce de las duras ramas del naranjo, cuando por fin llegué al lado de mi abuelo, éste sacó su navaja y empezó a retirar la cáscara de la misma y después la partió por la mitad, ofreciéndome una  de ellas, notando la presencia de una coloración rojiza que contrastaba con lo amarillo de la pulpa, pensé que la había manchado con la sangre de mis antebrazos y traté de evitar que mi abuelo comiera de su mitad advirtiéndole sobre lo que creí era mi sangre, el abuelo sonrió y me dijo: Cómela con confianza, y más si se trata de tu propia sangre, pude ver lo mucho que te esforzaste en cortarla y verás que al probar su jugo sabrás reconocer que todo aquello que parece imposible se puede lograr si se desea.

Confieso que no le entendí mucho de lo que me quería decir, pero al término del consumo de la fruta él me pidió que  extendiera la mano derecha y puso en mi palma una de las semillas y me dijo: Guárdala siempre en el bolsillo de tu pantalón, porque un día desearás alcanzar cosas más grandes y tendrás que sembrar la semilla para que de ésta crezca un árbol tan alto y puedas subir hasta donde quieras.

 

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