El ocaso
Me he cansado de hablar mal de mí, de reprocharme el no saber qué, de sentirme culpable del no sé.
Ayer quise subir la escalera del yo puedo, y me pareció interminable; estuve a punto de darme por vencido y dejar ir todo aquello que un día disfruté y se quedó en el pasado.
Ayer, cansado de tocar y esperar que se abriera la puerta de lo inexistente, del hubiera, y vi salir de ella a la indiferencia, al miedo disfrazado de valor, a la simulación y la perniciosa complacencia del confort, al ocaso del esplendor del impulso soñador del yo puedo si quisiera.
Cómo pesan las mentiras, cómo duelen las verdades, cuanta falsedad circula en el ambiente, cuanta hipocresía distingue al hombre y la mujer que sostienen su estructura ineficiente con hilos de papel desgastado, cuidándose del viento para no caer, para no perder el estatus del poder, disimulando que cumplen su deber, pero sólo alimentan su insaciable ego, pensando que éste debe ser inagotable para seguir siendo visibles en el estoy y estaré.
Ayer como hoy te pregunté: ¿Señor, y si hubiese un solo justo? Y contestaste: ¿Sí sólo hubiese un hombre justo, yo los perdonaría? Entonces, confiando como siempre en tu justicia, seguí caminando, esperando que tu enojo, en un abrir y cerrar de ojos se fuera calmando y fueras benévolo con los que seguimos profesando la fe y creemos en ti.
Espero que mi cansancio, producto de mi ánimo deprimido, sea sanado con el amor que siempre me has tenido, para hacer del temido ocaso un nuevo día, donde sólo reine la alegría, la paz y la justicia de este tu pueblo bendecido.
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