El nuevo yo

Nuevo, ¿dices?, yo no lo veo así, si algo has anhelado, es que regresen los días felices del pasado. ¿Por qué te has aferrado a lo que te causa dolor? deja ya ese llanto, te lo pido, por favor; son más los días claros que viviste, que los grises que opacaron tu alegría y tu fervor, a seguir siendo el dueño de las directrices que marcaron el camino para seguir a tu Señor.

Si quieres ser nuevo, no lo digas, sólo trabaja en serlo, porque es difícil lograrlo si no convences a tu viejo yo, que busca siempre dar explicación a todo aquello que perdiste, sin tomar en cuenta que no estuvo en tus manos la solución para cambiar lo que de otros viste.

Nuevo, nuevo no podrás serlo nunca, el tiempo trunca el deseo y la ilusión, y así como la flor más bella se marchita, el árbol más grande y fuerte va perdiendo su vigor, hasta caer por el rigor de la falta de cuidados y de amor.

Más, si tu cuerpo ya parece envejecer, no pierdas la razón y por ello sientas que pierdes tu valor, pues tienes en tu haber aún mucho corazón y fe, ésta te dará la confianza de ser siempre amado, por haber mantenido la esperanza en quien te dio el espíritu preciado, porque como el Cristo Redentor, nadie te ha amado.

Nuevo, ¿dices? para ser nuevo, resucitar debes con Jesús a esa nueva vida que te tiene prometida, donde el pasado, el presente y el futuro, ya no son una medida, sólo será un recuerdo de la vida concedida por el Creador, para encontrar que eres parte del principio y el fin, y llegar a la eternidad prometida.

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