No se asuste el hombre por tan cruel tormento, porque quizá, ha llegado el momento, en el que Dios castigue con sabiduría y todo fundamento, la ambición y poca simpatía, que guardamos por su mandamiento. El Creador nos dio todo cuanto podía, no para gastarlo en un día, pero acabamos sin ningún arrepentimiento, con la flora que nos legó en su divino testamento.

Enemigo natural

Golpearon las horas lo verde y el día,

el rayo del sol el pasto quemó,

el viento marchita la piel que cubría

y al niño y al joven de viejos vistió.

El paso del tiempo veloz transcurría,

a nadie esperaba, a nadie alertó,

segundos, minutos, voraz consumía,

la noche al día de pronto alcanzó.

La gente confusa, lloraba y gemía,

buscando la causa que al cielo enlutó,

el hombre abrazado al árbol decía,

perdóname amigo, mi ambición te mató.

Anhelo tu sombra y tu bella armonía,

las hojas, tu orgullo, que a mí me faltó,

regalo divino que no merecía,

injusto equilibrio tu vida acortó.

Conciencia desierta, de alma vacía,

tristeza y vergüenza a la flora alcanzó,

su llanto al arroyo esperanza vertía

y el hombre abatido perdón imploró.

De nuevo, el verde los campos vestía

y al ser despreciable la ambición volvió,

la tierra al cielo, con afán pedía

que Dios le quitara lo que al hombre dio.

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