Torpeza

En las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la juventud y en la mayoría de edad, por más adversidad que atraviese la comunión entre dos personas, si hay amor, hombre y mujer, podrán ver en sus pequeños o grandes errores, que no habrá ningún mal por poderoso que sea, que pueda disolver la unión bendecida por Dios; he aquí la narración entre una dama y un caballero, la primera pidiendo consideración a su estatus de mujer, y el otro pidiendo perdón por su torpeza.

Pero mira lo que son las cosas, es hoy la poca tolerancia la medida para decirnos las cosas que nos desagradan. Dices que son cosas del carácter, que a ti te gusta siempre que te traten como una dama. ¿Acaso no soy yo un caballero? Si al despertar al día, en lo primero que pienso es en cómo darte gusto, me levanto con cuidado para no interrumpir tu sueño, de puntillas me dirijo al baño para despejar mi semblante de amodorrado, y después, bajo las escaleras tan rápido como puedo, para llegar a la cocina y prender el fuego para calentar el agua para tu café, y mientras éste llega a su punto, alisto la mesa para dos, tal y como si fuéramos un par de enamorados que nos acabamos de conocer.

¡Ah! cómo me gusta ver tu hermoso rostro al despertar, cuando al pedirte permiso para encender la luz, me encuentro con esa tierna sonrisa de niña traviesa y no la de una mujer de gesto malhumorado, porque sé que quisieras seguir soñando y por mi culpa tienes que dejar tus deseos para después; y como sé que no te gusta que te siga mirando, porque es tu costumbre pensar, que si tu cabello está alborotado y no como a ti te gusta, podría yo criticar, mas, tú sabes que nunca lo hago, por el contrario, te estoy admirando, sintiéndome tan afortunado de poderte servir; es recíproco porque  tú, sin tener un deber obligado por ser mi compañera de vida, al final, siempre te solidarizas para estar a mi lado, para hacerme sentir que aún estamos felizmente casados.

No, no tengo nada que reprocharte, por el contrario, sé que por más que me esfuerce, nunca estaré a la altura del hombre que mereces; quizá ya no tenga valor el pedirte que me tengas paciencia, y menos que me perdones, pero quiero que sepas, que si alguna vez me he comportado como un ser sin educación, que me haga parecer desconsiderado, tal vez esto se deba, a que estoy un poco cansado, por ello te pido, mujer, que perdones de corazón mi torpeza.

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