De tanto habernos amado y por tanto tiempo, sin percatarnos, fuimos pensando que nuestra relación se volvía una rutina indeseada y fría, y de tanto en tanto, nuestro amor apasionado, aquél que nos llenara de ilusión y de deseo, de palabras y caricias siempre dulces, siempre cálidas, de magia y de sutil encanto, poco a poco se fue cambiando, a veces por reclamos sin motivo, otras, por reproches maquillados de injusticia, precedidos de evidente enojo simulado; que con afán, buscaban encontrar nuestros defectos, más que las virtudes distinguidas, que nos hacen esperar la llegada de las noches, para cumplir las promesas proferidas, a la luz de los más sutiles roces.
Ayer, cuando parecía que escribíamos la más hermosa historia de amor que unía nuestras vidas, de tanto y poco se fueron borrando algunas de las páginas más amadas y sentidas, y hoy, nos duele más un desencuentro provocado por la incertidumbre, por las diferencias rebuscadas y escondidas, al no poder definir, si lo que nos une, es sólo una costumbre o si seguimos tan enamorados.
Pero, no te enojes más mujer, que espero que esta carta no sea por ti leída, no quiero que te enojes más conmigo, porque incluso, si ya no sintieras el mismo amor por mí, antes de perderte, te pediría me aceptaras como amigo, total, enamorado sigo, y espero, no te moleste si te digo, que lo que me unió a ti desde un principio, fue encontrar en tu mirada, el infinito amor del espíritu de Dios que te acompaña y que siempre a mí me ha consentido.
De tanto habernos amado y por tanto tiempo, poco a poco, y de tanto en tanto te confieso, que nuestro amor es eterno, y agradezco a mi Señor te haya mandado a ti para que me acompañes en el camino de regreso, al lugar donde las almas son siempre amadas, sin pecado, sin defectos.

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