Dicen que soy el poeta de la melancolía, la verdad es otra, porque en mi vida reina la alegría, pero cuando me siento feliz y escribo, parece que causo estragos entre aquellos que prefieren verme sufrir, porque no merezco los halagos. Si me río, dicen que me estoy burlando, y si lloro, me dicen que no es para tanto, ¿a quién he de complacer con mi loca narrativa y canto? sólo a quienes como yo, saben que la vida sin amor no habría ni risas, ni tampoco llanto.

Mirando a Dios

Mi santa madre cuenta que cuando nací le sonreí a la vida,

y enamorado de su luz divina, me aferré a sus lindos brazos,

y su amor eterno me unió para siempre a su vida consentida,

evitando romper el corazón, que nos une con tan fuertes lazos.

Y sonriendo al gran amor, por la luz de la sabiduría concedida,

caminé por la vida, repartiendo dulce alegría y cálidos abrazos,

ofreciendo fiel amistad a los demás con la sonrisa preferida,

sin imaginar, que muchos tienen el corazón hecho pedazos.

Dejé por ello de reír, para ponerme a llorar por la fe perdida,

y entre tristezas, dolorosas caídas, extravíos, locuras y fracasos,

causadas por dolor ajeno, alojé en mi alma tan profunda herida,

olvidándome de la luz y del amor, como suele suceder en esos casos.

Por eso, amigos míos, ahora que conocen algo de mi vida referida,

sabrán por qué dicen que soy el poeta de la melancolía sin halagos,

porque amar así, día con día, incluyendo a los que juzgan sin medida,

es la consecuencia de ver a Dios en cada prójimo, con mis propios ojos.

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