No es fácil el asunto de la infraestructura urbana en una ciudad como Victoria, Reynosa, Matamoros, Tampico, Madero, San Fernando o alguna de menor capacidad y extensión.
Se requiere de muchas cosas para dar gusto a la gente y satisfacer sus necesidades, en el entendido de que el gusto difícilmente se puede dar, ya que siempre hay quien ve el vaso medio vacío, siempre ve el aspecto negativo y nunca se le da gusto.
En el caso de lo bueno que tenemos, si bien es cierto que nos falta mucho en todas las ciudades, es porque, en parte, hay cada día más gente y se requiere de mayor infraestructura: más calles, más banquetas, parques, centros de salud, escuelas y más.
Todo lo anterior cuesta dinero, y las autoridades municipales tienen que hacer magia con el dinero que les toca de participaciones, así como el que recaudan por impuestos, multas y derechos, con la idea de que no falte lo necesario para poder llevar a cabo la modernización que la gente exige, muchas veces, sin fundamento y sin haber cubierto sus obligaciones económicas para con la autoridad, con torpes pensamientos que tienen que ver con los que piensan que la autoridad tiene toda la obligación de darnos, darnos y darnos, sin que tengamos que cubrir nuestras obligaciones.
Los boulevares, avenidas, calles, infraestructura hidráulica -para abasto de agua potable- alumbrado, parques y más tienen costo y no podemos permanecer ajenos a nuestra forma de participar.
No solamente hay que exigir, que no es malo, porque a veces la autoridad debe saber que estamos pendientes de su accionar como nuestros gobernantes, que más que sultanes o virreyes son los portadores de la voluntad popular y deben servirnos, porque, finalmente, para eso se les paga a todos ellos.
Es un privilegio ser mandatario de cualquier nivel, pero también representa esa obligación de hacer bien las cosas y no jugar con el dinero ajeno, menos, malversarlo, porque tristemente vemos cada tres y seis años que hay nuevos ricos, en forma por demás injustificada y grosera.
No se justifica con nada la malversación de un solo peso, porque es dinero ajeno, dinero de todos nosotros producto de lo que nos toca por parte de lo que entrega la Federación o el estado o el municipio, de nuestros impuestos y muchas formas en que llega a la tesorería local para hacer con él lo que necesitamos que hagan.
Si la ciudad no tiene calles, es preciso y urgente arreglar calles, sin olvidar que hay otras obligaciones.
Es como las casas de cualquiera de nosotros: quien administra -papá o mamá- abe que tiene que pagar para la despensa y el mandado correspondiente, sin dejar de pensar en el pago de gas, luz, teléfono, Internet y otros servicios, así como transporte y más.
No puede permanecer ajeno a un pago porque está cubriendo otro, y el dinero es de la familia: no podría o no debería disponer personalmente de él sin cubrir sus obligaciones.
O al menos así debiera de ser.
Y nuestros gobernantes tienen mecanismos para hacerlo rendir, para fiscalizarlos y evitar malversación y robo de dinero ajeno, pero lo importante no es que existan auditores, contralores y un ejército de personas dispuestos y con la obligación de vigilar, sino que realmente se actúe, y en caso de detectarse un manejo equivocado, que paguen con penas muy severas, para que no les queden ganas de volver a robarse nuestro recurso.
Y es cuando dispondremos de vialidades dinámicas, justas para todos, construidas con material adecuado, entregadas en tiempo y forma, bien hechas y que no sufran colapsos o derribos, porque el dinero del pueblo no merece que se juegue con él.
Y ahí, la autoridad es la depositaria y deberá responder, si es preciso con sangre, por ese recurso sagrado.
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