Cuando decidí formar una familia, me ilusioné con la idea de que quería que mi descendencia debería iniciar con un hijo varón, en silencio hablé con Dios para solicitar su intervención ante el milagro que pedía, después, confiadamente esperé que la semilla del amor germinara en el vientre de mi amada y cuando esto ocurrió y ella me dio la noticia, he de confesar que me invadió una emoción de temor y me preguntaba: ¿Quién soy yo para pedir a mi Señor una complacencia de tal magnitud? Entonces decidí hablar nuevamente con Él, y pidiéndole perdón le dije: Hágase tu voluntad y no la mía; conforme avanzaba el embarazo en el vientre de mi esposa, un buen día ella me mostró su aumentado abdomen, entonces acerqué mis labios y hablándole al ser que aguadaba en su interior le dije: Amor mío, te estoy esperando con impaciencia, seas hombre o mujer, igual mi corazón se llenará de gozo, mi mano estará presta a recibir la tuya, para que juntos iniciemos nuestro ansiado viaje por la vida. Cuando nació el fruto del amor, una dama de blanco salió del quirófano con un pequeño ser envuelto en un cobertor, del cual asomaba la carita más hermosa que había visto hasta entonces, temeroso me acerqué y unos grandes y expresivos ojos me hablaron en el mismo silencio con el cual hablaba con Dios, a quien le agradecí el hecho de que todo había salido bien en aquel proceso natural, cuando se llega por primera vez a conocer la vida exterior, entonces, viendo a la enfermera, ella dijo: felicidades, todo está bien la niña es saludable. Dos años después, mi mujer me dio la sorpresa de que estaba nuevamente embarazada, he de reconocer, que de pronto me regresó el anhelo de que en esta ocasión llegaría a nuestras vidas el hijo varón, pero convencido de que más allá  de los anhelos, lo más importante es el hecho del milagro de la vida misma, mirando al cielo dije: Señor, hágase tu voluntad y no la mía y llegado el tiempo del nacimiento, le pedía Dios que todo resultara para bien, que el ser que estaba por llegar, más que un anhelo, era una bendición; en esta ocasión, mi esposa decidió parir con dolor, ya que su primer embarazo se resolvió por cesárea; cuando le pregunté por qué quería pasar por tan duro trance, ella me contestó: Porque así se reforzará aún más mi compromiso y responsabilidad como madre y mujer. Después del parto, el Ginecólogo nos anunció que la matriz de mi esposa había quedado muy débil, y era mejor que ya no pensáramos en procrear más hijos; ella y yo hablamos sobre el asunto y le dije : Si hay riesgos para ti, sería mejor hacerle caso al médico, y vi en sus ojos una profunda tristeza, lo que yo interpreté, que ella deseaba con el alma hacer cumplir mi deseo primario de ser padre de un hijo varón, y le dije: Soy inmensamente feliz por ser padre de las más hermosas niñas, dediquémonos a ellas y hagamos de nuestra familia un hogar feliz para su bien y el nuestro; más quiso Dios que pasado dos años ocurriera un nuevo milagro y así fue como llegó a nuestra vida nuestro amado Cristian, cuando se llegó a término el embarazo, el Ginecólogo nos advirtió de los riesgos y tendría que hacer una cesárea y después realizar un método definitivo para evitar nuevos embarazos.

Entonces hablé con Dios y le dije: Padre, en tus manos encomiendo a mi hijo y a mi esposa, que todo el proceso de su nacimiento y parto se presente según tu voluntad, y todo sea para bien de nuestra familia. Antes de que se procediera al internamiento de mi mujer, para la práctica de la cesárea, me acerqué al vientre de ella y le dije a mi hijo: Aquí te estaré esperando, con el mismo inmenso amor, como el que les tengo a tu madre y a tus hermanas, mi mano te estará esperando, para que caminemos juntos nuestro viaje por la vida.

Cristian, con el tiempo, aprendió a caminar solo, por caminos diferentes al mío, ha formado su propia familia, es un amoroso padre y un excelente esposo, pero igual, tuvo el mismo anhelo que yo, que su primer descendiente fuera varón y Dios le hablo y le dijo: Serás padre de dos hermosas niñas y del amor que a ellas les tengas, nacerá quien espera que tomes su mano para llevarlo por el camino de la verdad y de la vida; porque tu padre te ha guiado por lo mejor del camino, aunque tú, debes de seguir el tuyo.

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