Habrá quienes piensen que el autor de estas líneas perdió la chaveta, en lo cual no les faltarán argumentos; habrá quienes también me tachen de esquirol partidista o de integrante –sería muy chiquito si así fuera– de la “mafia del poder” y ojalá alguien, por lo menos uno, me alentara con algo así como “a lo mejor tiene razón”.
En fin, me arriesgo y lo pongo sobre la mesa. Ahí va:
Deberían prohibirse las encuestas electorales.
¿Perdí el juicio…¿enloquecí?
No lo veo así. Y aunque me dirán que los dementes nunca admiten su estado, le invito a reflexionar sobre la opinión expuesta por su servidor.
En mi percepción, ni las promesas delirantes, ni los pasados tenebrosos, ni los manoteos perpetrados en los presupuestos, ni la falta o abundancia de carisma, nos han dividido tanto en el presente a los mexicanos en edad de votar, como lo han hecho las famosas encuestas.
Esos sondeos son en gran parte, sin que sea su objetivo hay que reconocerlo, los que exacerban las pasiones partidistas, le echan gasolina a las fogatas ideológicas, remarcan nuestras diferencias personales y económicas y lo que es peor, nos enfrentan como enemigos casi a muerte, por machacar día tras día que un candidato es puntero, que otro bajó en las preferencias, que uno más no tiene posibilidad de remontar y que otro por ahí puede alcanzar al primero o al segundo para dejar sobre el tapete, dìa tras día, la amenaza de un fraude.
Y todo, como si sus enunciados fueran las Santas Escrituras. Por lo menos así las ven muchos ciudadanos.
Las hay de todos tipos, tamaños y precios. Algunas se acercan entre sí en algunos de sus trabajos y otras se distancian en el recabamiento de opiniones en niveles increíbles, como si su labor se llevara a cabo en países diferentes o con protagonistas que no son los que conocemos.
Resulta casi imposible creerle a una o a otra empresa porque todas se dan baños de pureza y se autonombran íconos de la imparcialidad, para al final, cuando se cuentan los votos y se desmoronan sus pronósticos, justificar sus errores que en ocasiones son monumentales, con el argumento de que son “fotos del momento”.
En esas condiciones, ¿Para qué demonios nos sirven las encuestas en los procesos electorales?
Para algo bueno, que lo debe haber, muy poco.
Han servido mucho sí y sirven, para polarizar las simpatías y convertirlas en piezas del fundamentalismo. Para alejarnos a amigos y a familiares, para insultarnos sin razón por el hecho de no pensar igual o pronunciarse por el mismo candidato. Y esto es lo que quita el sueño: Para hacernos olvidar que somos mexicanos y que no perdemos esa raíz porque un hombre o una mujer, como se asienta coloquialmente, nos caiga bien o nos caiga gordo.
¿Por qué sucede eso?
Porque esas encuestadoras nos han dicho hasta el hartazgo que el resultado electoral está escrito y de paso también mandan el mensaje del caos que sobrevendrá si no se cumple lo que ellos miden. Diablos, ¿Y si realmente el voto indeciso cambia esa historia?
Asoma el infierno, porque el clima creado por esas consultas prácticamente no admite variables.
Estamos a pocos días de votar por el próximo Presidente de la Reoública, por la renovación del Senado y de los diputados federales, asi comoi por miles de alcaldes. Y eso, ahora, me preocupa. Lo vamos a hacer en muchos casos viéndonos como extranjeros, no como hijos de una misma patria. Iremos a las urnas mirándonos con desconfianza y hasta con rencor. Muchos, demasiados, cumpliremos con nuestro deber alejados de nuestros amigos, de nuestros hermanos, de nuestros compañeros de trabajo.
Hagamos a un lado a esos gitanos digitales que nos han demostrado su gran capacidad de mentir. Votemos por quien querramos, pero sin pensar en que debe ser a toda costa quien triunfe porque lo dijeron mil, 2, 3 o 5 mil personas encuestadas.
Caray, dicen que votaremos el 70 por ciento de los ciudadanos, que significan algo así como 60 millones. Y la inmensa mayoría, prácticamente la totalidad de ellos, no fueron encuestados…

@LABERINTOS_HOY