En el perezoso domingo invernal que fue ayer, confieso que no era mi propósito pergeñar unas líneas para este día.
Pero aunque trataba de no prestarle atención, fui vencido porque precisamente hoy, se cierra este año. Doce meses que incluyeron alegrías, esperanzas, confusiones, temores, decepciones, satisfacciones, orgullos y algunas penas. Sí, nada nuevo para el concepto de vida que la mayoría percibimos.
Pero insisto, este día es otro telón de mis sesenta salidas a escena cada año nuevo. Por lo menos de las que quiero recordar.
Y aunque siempre es tiempo de dar gracias, siento que hoy lo merece más aún,. ¿Quién sabe si en la próxima ocasión no lo pueda volver a hacer?
Gracias a Dios, desde luego, por la salud privilegiada que me otorga como don precioso y por la luz con la que ilumina mi camino, aunque éste no siempre sea el que él desearía. Y gracias a mi familia, a mi esposa, mi niña eterna; por su entrega, amor y paciencia; a mis hijos por honrarme cotidianamente con sus acciones que no necesitan palabras para ser auténticos poemas. A mis hermanas y hermanos, por no olvidarme y mantenerme en sus pensamientos.
Un ¡gracias! especial para mis amigos, chicas y chicos que jamás se han guardado para después un abrazo, una sonrisa y una palabra de aliento. Su compañía, no siempre física pero siempre cálida, es un regalo de la vida.
Hoy que cierra este año, viene a mi mente una reflexión cuya autoría desconozco pero cuyo mensaje nunca olvidaré, aprendido en donde no pensé encontrarlo: en una sala de cine.
Si me permite, la expongo:
“¿Qué es lo que hace hombre a un hombre? Se preguntaba un amigo mío… ¿Sus orígenes? ¿La forma en la que llega al mundo?…Yo creo que no, son las decisiones que toma…no es cómo empieza algo, sino cómo decide acabarlo…”
El origen de la cita podría parecer trivial si le digo que es tomada de la escena final de la película “Hellboy”, pero su lección se me grabó a fuego y me impulsa a un ejercicio personal hacia adentro.
Cada fin de año me pregunto si al cabo del mismo terminé de la manera correcta lo que empecé durante ese lapso. La respuesta no siempre ha sido la mejor, porque mi naturaleza humana me nubla en muchas ocasiones el raciocinio, pero el simple hecho de cuestionarme a mí mismo y contestarme la verdad sin tapujos, me permite admitir así sea a regañadientes errores que tal vez podré evitar en lo que venga o tal vez ¿quién lo sabe? repetir a sabiendas ante el subyugante dominio de algunos de los pecados capitales.
Como haya sido y como sea que será, levanto mi copa en este día por mis grandes amores, mi esposa, mis hijos, mi familia. Brindo también por la placentera compañía de quienes más que amigos son hermanos por afecto. Brindo por el oficio que tantas satisfacciones me ha dejado.
Va un ¡salud! Desde el alma para quienes fueron entrañables compañeros de trabajo y de andanzas y que se adelantaron en despedirse de este mundo para esperarme en el otro, estoy seguro, con los brazos abiertos, nuevos chascarrillos y chispeantes historias de sus incursiones en el hogar eterno, que espero por mi tranquilidad que no sea el infierno.
Al final, no brindo, pero elevo una oración por mis añorados padres, que siguen intactos en mi corazón y sentimientos. Todos los días los recuerdo e intento seguir siendo el hijo que ellos amaron. Un beso y un abrazo, Doña Mary y Don Chepe, los sigo queriendo con la misma fuerza del niño que siempre vieron en mí.
Felicidades a todos en el 2019.
Será un año difícil, nebuloso, pero si tratamos de hacer lo correcto y sobre todo terminarlo de la misma manera, podremos convertirlo en uno bueno, tal vez hasta espléndido.
Como dice una popular canción:
¡Abrazos a todos, amigos y enemigos!…
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