Siempre he admirado la obra de Miguel Quintana Pali, la mente que concibió los parques más hermosos y exitosos de la Riviera maya, de ahí mi interés en su libro Xueños, la historia detrás de Xcaret, el mejor parque del mundo. Es una historia inspiradora para alimentar ideas de renovación de la industria del turismo en nuestro país, desde una perspectiva de sostenibilidad.  En particular, para el caso de Acapulco, ahora que existe la oportunidad de rediseñarlo, luego de la devastación que dejó el huracán Otis, es innegable que necesitamos aprender prácticas y lecciones para hacer próspero ese destino turístico, donde habitan casi un millón de personas (la mayoría en la pobreza, según datos oficiales de INEGI) y que brinda servicios turísticos principalmente al centro del país, es decir, su mercado potencial es de más de 25 millones de personas. Dedico mi primera entrega de este año a provocar reflexiones en torno a ello.

Cada época crea su idea sobre el uso del tiempo libre, y la práctica del turismo refleja los valores con que cada sociedad lo emplea. La idea de vacacionar entre la naturaleza aparece con insistencia desde la era posterior a la revolución industrial, en la Europa del siglo XIX. En Estados Unidos, la publicación del libro -quizá la primera guía turística- “Adventures in the Wilderness” en la primavera de 1869, contribuyó fuertemente a crear la noción de vacaciones alrededor de la práctica de visitas a espacios naturales. Por ese tiempo, se introdujo la figura de parques nacionales en las leyes norteamericanas. Yellowstone, se convirtió en el primer parque ecológico nacional de América en 1872, figura que concibe a dicho espacio como área natural al margen de asentamiento, ocupación o venta, y disponible para el disfrute y beneficio de la población, pero bajo el principio de conservación. En México, una figura similar de parque nacional -conocida como área natural protegida-, apareció décadas después, en 1917. Era quizá la semilla de lo que hoy entendemos como turismo sostenible, pausada en el siglo XX por el surgimiento e impulso del turismo de playa. Es posible que le haya llegado su hora en el siglo XXI.

En la época actual enfrentamos los efectos del cambio climático y el imperativo de adaptarnos a las nuevas circunstancias ecológicas, por lo que el turismo tiene que ser sostenible o estará condenado a desaparecer. En México, el caso ejemplar de ese tipo de turismo es el parque ecológico Xcaret, ubicado en la Riviera Maya, en Quintana Roo. Dicho parque inició operaciones en 1990, cuando la palabra “sostenibilidad” no era aún tan popular en el sector. Abrieron brecha, y continúan siendo exitosos. Aquí resaltaré algunos de los principios y prácticas que me parece importante aprender de su experiencia:

Sostenibilidad con dimensión humana. La sostenibilidad es más que celdas solares en las instalaciones hoteleras. Su práctica va más allá del cuidado de los recursos naturales. Se trata de mantener congruencia con la responsabilidad del cuidado de la naturaleza, pero también de las personas que colaboran, las comunidades aledañas y la prosperidad que debe generar para todos la industria turística. ¿Cómo? Considerando, por ejemplo, la cultura local; proveyendo formación y educación a los colaboradores; encaminando a los visitantes a nuevas prácticas y experiencias educativas durante sus estancias; involucrando a los aliados comerciales en la producción de productos ecológicos, entre otros. “La sostenibilidad, hay que hacerla de 360 grados y en tercera dimensión”, enfatiza Quintana Pali en su libro Xueños. Es decir, “se debe extender al cliente, a los proveedores de la industria, al colaborador, al vecino, la comunidad, el país”.

Arquitectura en consonancia con los atributos del terreno. En Xcaret, le han llamado Arquitectura al llegue: “Consiste en identificar la vocación del terreno y aprovechar sus atributos, con la menor afectación a su entorno”. Construir hasta donde el terreno va indicando. “A la naturaleza se le domina obedeciéndola”, dice una cita de Francis Bacon, incluida en el libro, que nos ayuda a entender el principio que guía a esa arquitectura. Se tiene que construir pensando en los desafíos climáticos que enfrenta la localidad. Con el huracán Wilma en 2005, el grupo Xcaret aprendió que deben diseñar sus construcciones pensando en cómo reponer prontamente lo que los fenómenos climáticos (huracanes, en este caso) derriben. A veces, resulta más difícil triturar lo destruido que construir lo nuevo. Eso se resuelve desde la concepción del diseño arquitectónico.

Interactuar responsablemente con la naturaleza. El turismo en espacios de abundante naturaleza exige el deber y compromiso con la conservación; el conocimiento de los ecosistemas; crear oportunidades para que el visitante se asombre con la biodiversidad del sitio y aprenda maneras de preservarla. De la experiencia de Xcaret, destaca su programa de conservación de especies mediante el cual han logrado incrementar al 100% la población silvestre de guacamaya roja en México, y reintroducir 15 millones de crías de tortugas marinas al mar desde 1993, así como la creación de un hospital de tortugas. La responsabilidad con la preservación de las especies implica que el empresario de esta industria mantenga información estadística al día del número de especies existentes en su espacio y su reproducción, de forma tal que científicos que realizan investigaciones que requieren de este tipo de información, puedan acceder a ella.

Confluencia de naturaleza, cultura y arte. La combinación de actividades de exploración y conocimiento de la naturaleza, con espectáculos que resaltan el valor histórico y de la cultura mexicana y la Maya, en particular, se ha llevado a cabo de forma extraordinaria en Xcaret. Ello ha hecho posible que el sector artístico del país participe y se beneficie de esta clase de turismo. Es un enfoque que va de la mano con la cultura y tradición de la localidad, no al margen o aislada de ella.

Compromiso con el cuidado y consumo de agua y energía. Toda iniciativa de turismo debe contar con un plan para evitar la contaminación de los cuerpos de agua   y reducir el consumo del vital líquido; que incluya, por ejemplo, la instalación de plantas tratadoras e infraestructura ahorradora de agua. También, estrategias que encaminen al turista a adquirir nuevas prácticas. Acciones tan sencillas como incentivar el uso de bloqueadores libres de químicos para preservar la calidad de los cuerpos de agua y las especies que habitan en ellos, hacen una gran diferencia. De la misma forma, un plan orientado a la energía, con el objetivo de reducir la huella de carbono de la industria. Una vía sería reducir la huella energética del transporte de insumos, ampliando la red de proveedores locales, y/o producir in-situ algunos de los productos que demanda la empresa. La otra vía, es introducir tecnología de uso eficiente de energía que, si bien en el pasado era económicamente inaccesible, ahora está más al alcance. Ambas vías pueden complementarse y se han concretado en el parque Xcaret.

Todo lo anterior inspira mi admiración y respeto por la mente visionaria que logró parques sustentables en la Riviera Maya, que hoy son un ejemplo en el mundo. Sin duda, el modelo es replicable en cualquier destino de playa de nuestro país, en particular en Acapulco, en dónde confío que el rediseño y reconstrucción beneficien, primero y, antes que nada, a sus habitantes, a los del Estado de Guerrero y, desde luego, a nuestro país en general.

La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión