El mensaje del Presidente Andrés Manuel López Obrador tras su rendición de protesta como tal, me dejó varios saldos:
Certezas, dudas, reconocimientos y debo aceptarlo, molestias.
Si me permite, iré por partes.
Entre las certezas, la primera de ellas es que el nuevo mandatario es un hombre plagado de buenas intenciones. Las trasluce, las exuda en cada palabra. Queda claro que dice la verdad cuando afirma que pondrá toda su pasión y energía para trabajar por el bienestar de los mexicanos. Le creo que ese sea su objetivo.
Sin embargo, la confrontación con la realidad borra sonrisas. Por supuesto que el flamante Ejecutivo federal quiere transformar al país, pero tan cierto como eso parece es que no podrá cumplir ni la mitad de lo que busca. No por indolencia, sino por la misma causa que sus antecesores han fracasado: Seis años son nada ante el tamaño de los problemas y de los macro proyectos. Y obvio, para aplicar sus posibles soluciones o concretarlos respectivamente.
¿Reconocimientos?
En mi opinión, le asiste la razón en su visión sobre el modelo económico que la nación debe seguir. Nadie puede argumentar en contra sobre las “décadas de oro” del desarrollo mexicano que llevó al peso a ser considerada una de las monedas “duras” en el mundo por la solidez de sus logros en ese campo. También aplaudo revisar la reforma energética, porque hasta ahora sus efectos en producción y precios han sido desastrosos para todos y revelan que algo se ha hecho mal, muy mal, en ese terreno.
Pero llego así al tema espinoso: A la molestia.
La primera: Me parece que López Obrador acaba de estereotipar a la población en mexicanos de primera y de segunda.
Amo a mi Estado y desde luego a su frontera, pero es desalentador y enojoso que sólo una franja de 25 kilómetros hacia adentro sea convertida en un paraíso fiscal con IVA del 8 por ciento, 20 por ciento de Impuesto Sobre la Renta y combustibles prácticamente a la mitad de lo que se paga en el resto del país.
Peor aún es el argumento para tomar esa decisión: reducir la migración de mexicanos a Estados Unidos.
Caray, ¿No saben que los principales aportadores de indocumentados a tierras gringas son estados como San Luis Potosí, Veracruz, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Guanajuato, Zacatecas y hasta Tabasco, por citar sólo algunos?
Pregunto:
¿Cómo podrán las economías de esos estados arraigar a sus residentes si ahí los empleadores deben seguir pagando la gasolina y diesel al doble, el IVA al 16 por ciento y el ISR al 30? ¿Cómo podrán competir con la zona franca fronteriza donde las empresas podrán adquirir refacciones, vehículos e insumos productivos estadounidenses a precios muy por debajo de los mexicanos?
Segunda molestia:
¿Por qué acabar al ciento por ciento con la reforma educativa?
Acabarla de tajo es eliminar la evaluación de malos y pésimos maestros en las aulas, que han permanecido ahí por la complacencia gubernamental. Es también resucitar la vieja y nociva práctica de la herencia familiar en las plazas tanto docentes como administrativas. Es, por desgracia, permitir el retorno de cacicazgos como el de Elba Esther Gordillo y volver a convertir a los miembros del magisterio en proveedores obligatorios de sus atracos.
¿Por qué no haber anunciado que se revisará esa reforma para mejorarla o para eliminar las anomalías que pudiera incluir, pero no darle una puñalada en el corazón a la posibilidad de tener una mejor enseñanza pública?
Este día, licenciado Andrés Manuel López Obrador, le aplaudo, le concedo el beneficio de la duda y le externo mis mejores deseos porque haga un brillante papel en su gobierno. Si eso sucede, algo nos tocará a cada mexicano.
Pero también le expongo la inconformidad de un trabajador, de un padre de familia y de un pequeño empresario. Cúmplase la Cuarta Transformación, pero sometida a un viejo refrán:
“Todos coludos o todos rabones”…

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