¿Cómo contrarrestar las ausencias que impone el cumplir con la responsabilidad de proveer lo necesario, para darles a nuestros hijos la calidad de vida que deseamos? De dónde sacar fuerzas para la convivencia armoniosa y sana, cuando se regresa agotado al hogar después de largas horas de esfuerzo por cumplir con las exigencias laborales, cómo separar emocionalmente el estrés de la oficina, para atender las necesidades de escucha y cercanía que nos requieren nuestros seres queridos.
Atrás quedaron aquellos días en que la hora de la comida reunía a toda la familia y las tertulias interminables de las sobremesas permitían compartir y departir los pormenores de lo vivido en la escuela o en el trabajo. Padres e hijos hablaban y departían mientras se satisfacía la necesidad alimentaria, creando un ambiente de camaradería y confianza, hasta donde la propia dinámica de cada familia lo permitía.
Esos momentos eran propios para establecer lazos de comunicación para resolver conflictos o agravios entre hermanos, desacuerdos en la pareja o entre padres e hijos. Se aprendía a hablar y a escuchar, a compartir, a discutir o alcanzar acuerdos, pero, sobre todo, a desarrollar la tolerancia.
Era el momento del encuentro. Era el tiempo para estar en familia, para acompañar día a día la evolución de los niños, que sin apenas darse cuenta dejan atrás la infancia y de pronto se ven enfrentando los conflictos emocionales que caracterizan la etapa de los adolescentes.
Era el tiempo del reposo, del descanso. De reponer fuerzas para volver a concluir la jornada, para reconectarse con las responsabilidades y los compromisos del trabajo.
Por experiencia sabemos que la formación de los hijos, reclama la atención de los padres, no sólo porque somos los responsables de cubrir sus requerimientos de alimentación, techo y cobijo, sino también de enseñarles a sentirse seguros, amados y protegidos, lo más relevante para hacer de ellos personas felices y exitosas. Es en el hogar donde se cultiva el afecto, la solidaridad, el respeto y todos los valores que les permiten convivir en sociedad.
Hoy en día las nuevas generaciones viven en medio de una vorágine que les exige estar siempre al límite de todas sus capacidades físicas e intelectuales, sobre todo en el área laboral, dominada por la competencia y la búsqueda de la excelencia, que apenas les deja tiempo para la convivencia familiar. Cada vez se hace más difícil coincidir.
Cuando se ha generalizado que ambos trabajan, a los niños, desde pequeños se les impone vivir al ritmo de sus padres reduciendo sus horas de sueño para llevarlos a las guarderías apenas despuntando el día. También son obligados a permanecer muchas horas lejos de su cuidado y de su contacto emocional. Luego habrán de dedicar las tardes en una multiplicidad de tareas complementarias a la escuela, como pintura, música, ballet, en tanto sea posible el regreso a casa, cuando papa o mamá, concluya sus compromisos sociales o laborales.
Mucho ha evolucionado la sociedad y la familia. Mucho ha cambiado la forma en que consumimos el tiempo de nuestra vida. Cuánto ha variado el valor que le damos a todo lo que nos rodea. Y, sin embargo, la esencia humana reclama volver los ojos a sus más elementales necesidades.
No basta la cercanía, si están de por medio las tabletas o el televisor. No es suficiente, vivir juntos como personas desconocidas. De nada sirve oír, si no se escucha. De platicar, si no se comparten emociones y sentimientos, proyectos, si no somos empáticos con el que habla, y apoyamos los momentos de fragilidad.
Se hace indispensable recuperar la convivencia familiar, el disfrutarnos, el compartir un espacio y un tiempo para conocernos y reconocernos como parte de algo que nos da pertenencia e identidad. Acercar el alma, tocar con el corazón. Afuera está la lucha, en el hogar, el espacio para crecer.
Es aquí donde podemos apoyar el desarrollo del apego seguro, fomentar hábitos y disciplina, enseñar formas de vida saludable, aprender a tomar decisiones importantes siempre pensando en el bien común, no solo en el propio, pero, sobre todo, transmitir valores que nos permitan trascender y construir un mundo mejor.
Decía Ralph Lauren, uno de los más reconocidos diseñadores de moda, “Cuando las amistades entran en un hogar, perciben su personalidad y su carácter, el estilo de vida de la familia; estos elementos hacen que una casa cobre vida con noción de identidad, una noción de energía, entusiasmo y calidez declarando: así somos nosotros, así vivimos”.
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