Eran tiempos difíciles. Tanto, que llegaban a causar tragedias.
En mis recuerdos navega el inicio del tercer semestre de la carrera en la Facultad de Comercio y Administración en el campus Tampico-Madero, en mi entrañable Universidad Autónoma de Tamaulipas. Mi recordada UAT.
La escena era impactante. Mientras los aspirantes a ingresar presentaban examen de admisión, en las afueras de los salones se protagonizaba una batalla campal entre las huestes del Grupo Guinda y el Grupo Naranja, en el cual militaba su servidor. El control de un autobús prendió la chispa del enfrentamiento que dejaría varios heridos, innumerables golpeados y daños a la unidad.
Pero este testimonio del ayer es apenas una pequeña muestra del entorno. la punta de un témpano de esa época. En realidad, nuestra Alma Mater estaba enferma en toda su estructura.
Corría en ese entonces la que resultó efímera rectoría del doctor Leandro González Gamboa, un profesional íntegro, enamorado de la universidad y empeñado en el romántico objetivo de sanearla en su academia y desmembrar los violentos grupos y líderes estudiantiles, precisamente lo que le costaría perder su puesto a unos cuantos meses de iniciar su gestiòn, tras una huelga auspiciada por los mismos dirigentes que él pretendía retirar. Y ellos ganaron, imponiendo como sucesor a Jesús Lavín Flores.
Perdí a varios compañeros en esos días. Se fueron en la flor de su vida, en aras de una lucha que ni siquiera entendían porque lo que buscaban era en los hechos un coto de privilegios reservado a los líderes. Fueron como en el ajedrez, peones de sacrificio.
Aún pasaron muchos años en que reinaron esas circunstancias. Poco a poco, la UAT evolucionó y en un sorpresivo golpe de timón en la era Filizola cambió su rumbo. Para bien, hay que reconocerlo.
Siempre ha sido grato para quien escribe haber estado en las aulas de la UAT, pero a ese sentimiento se suma hoy el orgullo de lo que representa actualmente.
Veo y estoy seguro que también lo ven muchos tamaulipecos, una academia de excelencia, una sólida infraestructura física, tecnología de punta, cuadros directivos capaces y alumnos con una mentalidad enfocada en su crecimiento personal y profesional. Me congratulo de este balance, presentado ayer por el Rector José Andrés Suárez Fernández ante la comunidad universitaria, autoridades y sociedad en general, en su tercer informe de trabajo.
Y para terminar una reflexión.
Quisiera no haber perdido amigos en ese camino, quisiera que se pudiera borrar la violencia que en algún momento fue parte de ese escabroso recorrido de décadas, para construir esta brillante Alma Mater, pero sobre ese amargo pasado, es una gran satisfacción atestiguar ahora su consolidación y desarrollo.
Lo digo sin rubor: Señoras y señores, ésta es mi universidad…
UNA GRAN FE Y UN GRAN ERROR
Quien escribe, lamenta la renuncia del Obispo de Ciudad Victoria, Antonio González Sánchez.
Es del dominio público el porqué de su retiro, derivado de una declaración desafortunada sobre el cubre bocas y su relación con una escasa fe en Dios, en un imperdonable olvido de que el Papa Francisco también utiliza esa protección. El escándalo fue mayúsculo, trascendió las fronteras y el resultado está a la vista.
Sin embargo, tengo mis razones para dolerme de su despedida.
El Obispo González Sánchez es un hombre de su tiempo. Sobre los maquillajes que la religión impone en la biología del ser humano, el prelado aportó una visión refrescante de lo que significa ser un servidor del Señor. En todos los sentidos.
Uno de los que más recuerdo fue su respuesta en una entrevista publicada por el semanario EN PÚBLICO, en donde a pregunta expresa sobre si faltar al celibato podía considerarse pecado capital, contestó:
¬–Si la mujer está de acuerdo, no tiene que ser pecado. Es la naturaleza del ser humano.
Esa percepción de la vida la aplicó durante su obispado, en la política, en la diversidad sexual y en otros menesteres polémicos, actualizando la visión clerical.
Hoy, Monseñor Antonio González Sanchez vive una paradoja:
Su gran fe en Dios, que debe ser principal virtud en un miembro de la Iglesia, fue curiosamente lo que lo perdió. Cosas de la vida…
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