Cuando le dije por enésima vez a mi amada esposa, que debería de poner límites a las personas y a los compromisos extraordinarios, que derivan de esas relaciones, que de tanto amor unidireccional, terminan por afianzar las codependencias entre padres e hijos y más adelante, las que se establecen entre abuelos y nietos, no esperé ver en su mirada una seria determinación de atender mi llamado, para acceder al reencuentro con la pareja; y por primera vez en muchos años, me pareció escuchar de sus sensuales labios un sí y con ello, la posibilidad de consolidar la sincera promesa de pasar juntos y unidos, un fin de semana completo, tal como ocurría en nuestros mejores años de novios y de recién casados; y entonces sucedió, que la ilusión jovial del ayer, regresó a mi fantasiosa mente, que de inmediato empezó a crear posibles escenarios, para confirmar el gran amor que por obra y gracia de Dios nos unió, y que si bien es cierto, en ocasiones parecía no poder vencer el gran peso de las rutinas existenciales, que por voluntad propia o por designio de la sociedad que se empeña en normar siempre la vida de sus miembros en cualquier etapa de su existencia, y en el caso que nos ocupa, de los adultos convertidos en padres y la de los adultos mayores convertidos en abuelos.
Cauto como debe de ser un hombre maduro y entregado al Señor, dejé que pasara la tormenta de emociones que invadía en ese momento al espíritu de quien siempre ha tenido la última palabra en el acontecer de la sacrosanta unión matrimonial, y eso sucede, no porque me falte firmeza para defender mis argumentos, sino, porque donde reina el amor, no pude haber oposición, y menos por la trascendencia primitiva que distingue a nuestro género, porque es de sabios reconocer, que además, en el ceder y conceder con humildad, también hay recompensa, y desde ese espiritual enfoque, el más beneficiado sería el dueño de la costilla de donde el Creador formó a la creatura más hermosa sobre la faz de la tierra.
Y sucedió que la promesa fue una realidad, y sumando a la causa amatoria el proceso de tremendo desgaste físico y mental que exige la difícil tarea de ser, no solamente hijos, hermanos, padres o abuelos, sino devotos servidores públicos en receso, como el caso de mi cónyuge, y en activo y al cien por ciento en el caso del que narra esta historia, que si algo, además de llevar a cuestas la difícil tarea de ser parte integral, armoniosa y honesta de la sociedad, para formar hogares felices, también se tiene que cargar con la gran responsabilidad de ser forjadores de generaciones de personas de bien, como en el caso de mi amada esposa de profesión maestra y con el de velar por la salud física y mental de la sociedad, como en el mío de médico.
Fuimos y seguimos siendo felices después de nuestro reencuentro, y no necesitamos de viajar a sitios lejanos, visitamos todos los lugares que nos gustan para disfrutar del sano esparcimiento y la noche, mi gran noche como narra la letra de la canción, que canta con tanto entusiasmo Raphael, se hizo realidad.
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