Una mañana fría y tediosa, de sereno, bañado el paisaje, de aliento condensado en el aire, contrastando en extremo con mi pensamiento distante, de un cálido amanecer, de la primavera de ayer, deleitando mi vista con el rosal y sus rosas, aspirando su fragancia exquisita, y de sus pétalos sintiendo su textura sensual y sedosa.

Una mañana de frío, pacientemente sentado, ansioso me encuentro esperando la calidez de tu abrazo, que emerge gustoso del sol cariñoso, que apenas se asoma de tu cielo callado, y presuroso dirija sus rayos dorados, a este cuerpo obsequiado por tu espíritu amado.

Es una mañana de gozo, la que hoy por amor me has regalado, y humildemente, te muestro mi evidente alegría y mi agrado, con una oración de alabanza, a tu origen divino y sagrado.

Dame Señor, hoy y siempre, tú cálido abrazo, cuando me veas triste, cuando me vea derrotado, que otras veces, cuando caído me encuentro, me has levantado y tu amor me mantiene por siempre parado, para seguir caminando por el camino apropiado.

Qué paz y cuánta armonía vas dejando a tu paso, Jesús, para aquél que escucha y atiende tu palabra tan esperada y querida, haciendo tu voluntad y no la de mis hermanos en Cristo o la mía, cuando se presenten otras mañanas frías en nuestras vidas.

Hoy, el aroma grácil de las rosas, llega con suma alegría al corazón de tus fieles, anunciando la anuencia de tu Madre, la bienaventurada Virgen María, para llenarnos de esperanza, porque nos has escuchado, y ello vendrán tiempos mejores, a la faz de la tierra y sus pobladores.

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