Es imposible eludir el tema en Victoria.
El problema del desabasto de agua potable, que ha ido escalando niveles de gravedad hasta alcanzar en algunas zonas del municipio niveles de tragedia, ya rebasó los límites de la preocupación y se adentró en el drama.
¿Qué está pasando con el agua en la capital del Estado?
¿Por qué se han dejado en la gaveta de los proyectos las obras que desde hace por lo menos cinco años deberían haberse iniciado y desde luego ya deberían estar en operación?
Sobre la mesa –vaya usted a saber cuántas respuestas habrá escondidas– aparecen por lo menos tres posibles explicaciones a este infierno en que se ha convertido al suministro acuífero para los victorenses, hoy rehenes de una serie de manoseos financieros y políticos.
Aventuraré en mi percepción, si me permite, la primera.
Para este intento de análisis, me basaré en lo manejado por el excelente periodista Carlos López Arriaga, sobre la potencial segunda línea del acueducto, cuyo proyecto como él lo asienta, lleva durmiendo en un cajón más de cinco años, pero sin merecer la atención.
Al parecer, el “pecado” es que la administración del ex alcalde Oscar Almaraz tomó como suya la gestión de esa infraestructura y posteriormente al dejar éste la jefatura capitalina, el diputado Alejandro Etienne lo volvió a poner en el mostrador, durante su frustrada campaña por la reelección. Lo malo para el proyecto y para los victorenses, es que ambos son priístas, lo que todo indica le dio colores y siglas a la necesaria obra y la volvió tabú para el poder en turno porque sería obligatorio reconocer sus raíces tricolores.
Va la segunda:
Las comisiones de agua potable en todo el Estado fueron durante muchos años las cajas chicas de los gobiernos estatales y al municipalizarse lo eran hasta dos o tres años atrás, para los ayuntamientos. Las fugas en los ductos eran juegos de niños ante las fugas de dinero surgido de las COMAPA, en donde la de Victoria no fue ni por asomo la excepción. Si añade a eso los manoteos de los gerentes que se enriquecían en dos o tres años, esas oficinas eran las más peleadas después de las presidencias municipales.
Lo anterior “secaba” las arcas de esos organismos y les impidió adquirir equipo de nueva generación y reemplazar sus arcaicos sistemas de bombeo hasta convertirse en algunos casos en piezas de museo. Crisis como la de hoy en la capital tamaulipeca eran imposibles de evitar con el tiempo y hoy vivimos una prueba indeseable en cualquier tiempo, pero más dramática en el verano.
La tercera explicación es más reciente.
La COMAPA de Victoria funciona en completo divorcio con la alcaldía actual. Su gerente sólo acataba y sigue haciéndolo, las órdenes del antes Subsecretario de Ingresos y ahora diputado local electo, Arturo Soto, lo que privó al ayuntamiento de una de sus entradas financieras más importantes y lo hizo “testigo de palo” de los saqueos reiterados en la Comisión cueruda. Imagino el pesar de Xicoténcatl González al ver sólo pasar los millones que él esperaba manejar como lo hicieron sus antecesores.
Este escenario ha generado una guerra sorda entre la COMAPA y el gobierno municipal en donde los que pagan los platos rotos somos los residentes de Victoria, quienes un día sí y al otro también, sufrimos las consecuencias de ese grotesco distanciamiento, en donde el gerente no hace en el mundo al alcalde y éste a su vez elude con ese argumento su responsabilidad en la Comisión.
Las consecuencias de esta tormentosa relación las estamos sufriendo todos los habitantes de Victoria, El pasado fin de semana las pagamos quienes vivimos en cien colonias. Mañana lo resolverán, pero entonces serán otras 50 las víctimas y al final del mes el drama será para otras 60 o más. Y así, quien sabe hasta cuándo.
Vaya tómbola infernal en que la política nos metió a los victorenses, tanto de nacimiento como de adopción…
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