Era yo muy niña cuando veía a mi padre esperar ilusionado el momento de la cosecha de su siembra de papa. Se veía hermoso el campo lleno de surcos con plantas de hojas de un tono verde muy vivo y entre la tierra un montón de tubérculos de distintos tamaños esperando ser levantados.
Solo cada año había cosecha, y recuerdo que infinidad de hombres y niños las recogían en unas canastas de mimbre, hechas especialmente para la tarea, y las iban acumulando en un punto determinado llegando a formar grandes montañas. Sentía una gran emoción ver a mi padre ir y venir dando instrucciones, a los que se encargaban de separarlas de acuerdo a los tamaños comprometidos con los compradores y a otros más, que las empacaban en unas arpillas de ixtle, listas para llenar los enormes camiones que esperaban su carga para marcharse.
Era temporada de estrenar. Llegaba el momento en que nos compraban ropa y calzado a todos mis hermanos y a mí. Era fiesta. Claro, había que esperar turno para que te tocara ir a las tiendas a elegir las telas, para que mi madre, por las tardes, se diera a la tarea de confeccionar los vestidos de cada una de las 5 hermanas. Para los varones, 4 en total, todo era más simple. Camisas y pantalones ya estaban listos para ser usados.
No volveríamos a vivir durante todo el año la ilusión de surtir nuestro guardarropa. Recuerdo los esfuerzos de mis padres por hacer rendir lo que ingresaba en aquella gran ocasión para sufragar los gastos mayores de una familia de once miembros. Mi padre era incansable y todo el año sembraba y cosechaba distintas frutas y hortalizas, verduras y leguminosas; todos los días estaba en el frente cumpliendo, pero su principal soporte económico era su ahorro, producto de la venta de la cosecha de papa.
En alguna ocasión ya estando mis hermanos en proceso de formar su propia familia, recuerdo a mi padre darles un consejo que se quedó grabado en mi memoria. Les decía, cuiden el producto de su trabajo, si quieren hacer algo en la vida, no se olviden: trabajar y ahorrar es la clave. No lo tiren en vicios o en excesos. A veces se gana y a veces se pierde. No tiren su dinero. Ahorren para cuando lleguen malos tiempos. Tenía toda la autoridad moral para decírselos. Siendo un campesino, amante de su ganado y de su tierra, dedicado toda su vida a su familia, les comparto con mucho orgullo, con su esfuerzo y la buena administración de mi madre, nos dio una carrera profesional a la mayoría de sus hijos.
Hoy me veo repitiéndoles lo mismo a mis hijos. Cuiden su dinero. Ahorren para cuando vengan tiempos difíciles. En una sociedad consumista todo apunta a sustraer de las carteras, lo poco que cada quincena ingresa o lo que es peor, el resto que queda después de pagar las tarjetas de crédito o los gastos fijos como el celular, y los servicios básicos de cada casa.
Los grandes almacenes, plenos de escaparates y luminarias, ofertan una cantidad inimaginada de productos de consumo, desde lo más básico como alimentos, ropa, calzado y accesorios, hasta lo más extraño como disfraces, máscaras, pelucas, o lo que se acostumbra para la celebración de fechas tradicionales como el Dia de Muertos, o el Dia de San Valentín, de tal manera que aun cuando no los necesitemos, nos hagamos de ellos, despilfarrando lo que bien pudiera ser parte de nuestro ahorro.
¿Cuántas veces nos vemos en una tienda sin una lista previa de lo que vamos a comprar y terminamos con el carrito repleto de artículos, que se nos antojaron justo al pasar frente a ellos? ¡Cuántas veces sacrificamos lo elemental por comprarles ropa de marca a nuestros hijos, sin detenernos a pensar que ellos no percibirán la diferencia! Somos nosotros los que intentando quedar bien, querer mostrar buen gusto y mayor capacidad económica de la que realmente tenemos, acudimos a cubrir apariencias, cuando sin duda, sería mejor abrirles una cuenta en el banco y ahorrar lo mucho que gastamos en cosas superficiales que no necesitan ni para su formación, ni para su subsistencia.
El consumismo nos ahoga y cada día resultan insuficientes los ingresos de las familias para subsanar todo lo que las grandes corporaciones crean, inventan o suministran en todos los espacios públicos que día a día transitamos. Intentemos aprender a defender nuestro dinero, producto de nuestro trabajo. Es bíblico. Habrá, aunque no lo queramos, tiempos de vacas flacas.
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