Las noches eran, antes de la pandemia, una maravillosa oportunidad, para descansar y reponernos del desgaste físico y mental diario causado por el trabajo, pero hoy, las noches han pasado a ser el preludio de un recuerdo que habíamos olvidado: las temidas noches de nuestra infancia, las del enfrentamiento con la oscuridad que nos atemorizaba, las de estar en un entorno lleno de sombras de formas grotescas que parecían moverse con sigilo, las de percibir extraños ruidos que nos hacían pensar en fantasmas que merodeaban cerca de nuestra cama o se escondían bajo la misma; pero ya no somos unos niños y los supuestos espectros que nos atemorizaban ayer se fueron esfumando con el tiempo; hoy, nuestros temores tienen nombre y forma, y aunque estamos igualmente influenciados por tantas nefastas ideas que circulan en los medios, con tristeza hemos sido testigos de que muchos de ellos se han convertido en realidades palpables, que se han significado con el fallecimiento de muchas personas, al principio, lejanos a nuestra vida, actualmente cercano a nuestro círculo familiar y de amigos.

Cómo quisiera no tener pesadillas, para que mi sueño fuera reparador y me levantara lleno de energía, para poner mi mejor cara y con ello reflejar una excelente actitud ante la adversidad, y no es que esté perdiendo la esperanza, pero resulta muy difícil conservar una sonrisa en la cara, cuando a tu alrededor hay dolor y hay llanto.

Ayer, mientras dormía, de nuevo me asaltó un mal sueño, desperté agitado y sudoroso, pero después llegó la calma al ver que mi mano apretaba la mano de mi esposa, y ver que el sueño de ella no había sido perturbado por la inquietud que me causara el mío; entonces decidí dormirme de nuevo, pero antes de hacerlo recé un Padre Nuestro, y la paz que sentí me relajó tanto, que me quede nuevamente dormido y en mi sueño me sentía tan seguro, como cuando mi madre me consolaba al despertar llorando, después de aquellas pesadillas. ¿De dónde viene esa paz tan reconfortante, me dije? ¿De dónde viene esa luz tan brillante? ¿A dónde se ha ido la oscuridad intimidante? Y a mis preguntas hubo una sola respuesta: No temas más, que yo estaré con ustedes hasta el final de los días, duerme tranquilo que yo velaré tu sueño, y ya no pienses en la muerte, por qué yo la he vencido, ya no llores por los que se han marchado, todos están conmigo, disfrutando de la vida eterna.

El canto de los pajarillos que tienen por casa al árbol de naranjo que sembré frente a mi hogar, me despertó, en mi cara se dibujaba una sonrisa, la paz en mi interior se había restablecido y mi mano, al despertar estaba apretando con suavidad la mano de mi amada.

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