Todos los excesos, asienta la sabiduría popular, suelen ser malos, así sean orientados hacia objetivos positivos.

Y en lo personal comparto esa visión.

Expongo esta percepción a propósito de una corriente de opinión que ha ganado terreno en los días cercanos, sobre la demanda de que sean reducidas las multimillonarias prerrogativas financieras autorizadas a los partidos políticos y destinadas a sus operaciones electorales, cuya culminación se dará en el año entrante con el reemplazo del Presidente de la República, senadores, diputados federales, algunos gobernadores y una sarta de alcaldes a lo largo y ancho del país.

No les falta razón a quienes eso reclaman. El monto del dinero público –que en estos casos por virtual decreto pasa a ser privado– que se les entregará a esas instituciones y en consecuencia a sus candidatos, alcanza niveles casi obscenos, ante la pobreza y carencias de millones y millones de mexicanos.

Hasta ahí, me uno al clamor.

Pero como señalé al principio, empiezan a surgir los excesos.

Ya hay quienes, en la fiebre antipartidista que desde hace buen tiempo registra el país, que externan desde ahora su rechazo a que se lleven a cabo elecciones en 2018, porque, apuntan, es aberrante que en tanto la nación sufre una economía desgarrada y agravada por los terribles efectos de fenómenos naturales, haya quienes derrochen recursos buscando votos y puestos políticos.

¿Tienen razón en ese punto de vista?

Sí. Y no.

Sí, porque en verdad sería indignante atestiguar un mar de mítines, gorras, camisetas y demás propaganda onerosa destinada en unos cuantos días al cesto de la basura o a un rincón del armario, mientras haya miles de paisanos sin techo ni comida por las tragedias que recién vivimos.

Pero no, porque no podemos cortar la vida constitucional de la República por un desastre natural, a menos que éste reduzca a cenizas al territorio nacional. Que les disminuyan el apoyo a los partidos y candidatos, de acuerdo, pero que no se lleve a cabo la necesaria sustitución de los cuadros legislativos y ejecutivos es otro cantar.

¡Imagínese quedarse otros seis años con Enrique Peña y con la corte de secretarios, diputados y senadores que tienen en vilo al país!

Como reza un viejo dicho muy mexicano:

Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre…

NO, P’OS SÍ…

El actual Congreso del Estado es todo un caso. Como decía Pedro Ferriz padre en aquella vieja emisión televisiva titulada “Un mundo nos vigila”, con las acciones de los diputados locales no sé si ponerme a reír, a llorar… o a rezar.

Ayer dieron un nuevo ejemplo de que para ese cuerpo colegiado lo importante no es trabajar, sino hacer como que trabajan.

Por unanimidad, la Diputación Permanente aprobó una iniciativa para añadir un párrafo al artículo 18 de la Ley de Salud en Tamaulipas, el cual –disculpe la falta de rigor literario– establece que “las personas que brindan atención médica, deben contar con título y cédula profesional”.

Como diría un ranchero de Tula o de Jaumave: No, p’os sí…

Con esa dinámica legislativa de la obviedad, un día de estos dictaminan que quienes enseñen en las aulas deben tener título de profesor, que quienes diseñen edificios deben contar con cédula de arquitectos o que los jueces, faltaba más, tienen que ostentar el título de abogados.

Qué ganas de nuestros diputados locales, de perder el tiempo…

LA FRASE DE HOY

“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados…”

Groucho Marx

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