Tal como en épocas decembrinas, este fin de semana patriótico me embargó cierta melancolía. Y en plena reflexión, al tiempo en que la vaguedad de pensamientos generados por esa melancolía me abordaban, leía la red social twitter, y me topé con aquella frase de Octavio Paz que dice:
“Pobres mexicanos que cada 15 de septiembre, gritan por espacio de una hora, para callar el resto del año”.
Así, estimado lector, sumergido en nobles pensamientos relacionados con nuestro país, pensé: todos los mexicanos de una u otra forma disfrutamos el acostumbrado día del grito, algunas y algunos acudiendo a las diferentes plazas públicas a escucharlo directamente, otros en familia o con amigos en casa, para verlo en el televisión, y otros de fiesta; pero la gran mayoría somos fieles al espíritu de la celebración de un año más de nuestra independencia.
Está claro que en cualquiera de las citadas modalidades, se grita y/o se vive con júbilo. Sin embargo, me pregunto si los millones de mexicanos que gritaron “¡Viva!” en muchas ocasiones la noche del 15 están de acuerdo con la forma en la que se gobiernan sus municipios, sus estados y el país…
Pero (el gran Pero): ¿Ejercen su libertad de expresión? ¿Se inconforman democráticamente? ¿Se incorporan a una asociación civil para defender alguna causa? ¿Acompañan alguna marcha? ¿Participan?
¿Por qué entonces enorgullecerse una noche al año por una patria por la cual se hace muy poco en el ámbito del reclamo social?
¿Por qué gritar “¡Viva!” de manera intensa cuando se actúa omisivamente los 364 días restantes? ¿Por qué disfrazarse del macho tequilero cuando se procede pasivamente ante una autoridad que es indiferente a la desigualdad social?
Otro tipo de conductas que olvida siempre el mexicano al gritar “¡Viva!” son las que se adoptan ante los ilícitos de peculado que cometen los servidores públicos que indebidamente se apropian del dinero del Estado; pues ¿qué se hace? ¿Nada? Prefiero quitarle los signos de interrogación: nada.
Al contrario, la comunidad mexicana es además de permisiva, desmemoriada, porque al funcionario corrupto hasta se le premia socialmente con la aceptación en todos los ámbitos; y lo más peligroso, ese ejemplo permea entre la población al grado que jóvenes desean participar en política como modo de vida para hacerse de un capital económico, al fin que existe una total impunidad y complacencia social.
Tal vez ya pasó de reflexión a crítica, pero no es la intención, es domingo. Lo que pretendo transmitirles a través de estas líneas es un llamado a la concientización colectiva, pues no sólo debe votarse cada 3 o 6 años según corresponda, sino que es involucrándose la forma en que se pueden lograr cambios democráticos sustanciales; y entonces sí, gritar “¡Viva!” más fuerte que nunca.
Qué razón tenía Don Octavio, caray: dejemos de callar el resto del año.