Valga la frase para hacer una comparación de nuestros tiempos., corrían los años Sesentas del siglo pasado, cuando entrábamos a casa sudorosos y con cara de haber hecho alguna travesura; la abuela, bondadosa como todas, pero enérgica como solo ella solía estar, nos llamaba al orden y no nos dejaba decir malas palabras o disponer de un comportamiento indigno.

“Te va a castigar dios”, decía, o “¿No sientes temor de Dios?”

ambas frases tenían que ver con el miedo que había que tener al Ser Supremo de que nos castigara si no hacíamos lo correcto, tal y como sucede hoy en día, con la gran diferencia de que los padres modernos no aplican correctivos suficientes por miedo a los derechos humanos, al qué dirán y muchas otras cosas. El asunto es que sí había problema para comportarnos, y con el miedo a que Dios nos “castigara”, enmendábamos el camino.

Hoy, ese temor se fue por el caño.

Y es probable que ya a nadie le de miedo de un castigo divino… menos un castigo terrenal, y eso se observa al cruzarnos por las calles con tantos y tantos automóviles sin placas, americanos y nacionales. En los primeros, la anarquía que hemos denunciado por años y que manejan dos grupos de vividores; los nacionales, que con un cinismo tremendo salen sin placas a transitar, sin miedo a la autoridad.

¡Vaya! El colmo de colmos: en la calle Hidalgo, entre Francisco I. Madero y la calle 18, enfrente de las oficinas del municipio, todo mundo se estaciona en doble fila, frente a los agentes de tránsito, pero nadie se atreve a poner orden por miedo a que sea un influyente. Lo mismo sucede en gobierno estatal o a la salida de los colegios: todo mundo se estaciona mal y todos tenemos influencias y gritamos de más, con tal de no ser molestados.

¿Qué nos pasa realmente?

Será, como dicen algunos que extrañan el pasado, que ya hemos perdido el temor de ser sancionados, o que las sanciones son tan irrisorias que no vale la pena pelear por ellas. Lo cierto es que todos reaccionamos negativamente ante la ley, y es my sencillo lo que deberíamos hacer para vivir en completa paz y armonía.

Hemos de entender que la autoridad –municipal, estatal o federal- es autoridad y debe ser respetada, sin importar si es un inspector de traje o un simpático gordito con uniforme de transito: todos son autoridad y debemos respetar la ley, o eso debiéramos hacer.

Pero nos gana lo influyente y gritamos, sacamos credenciales, el celular y hablamos, sin pensar que estos individuos están tratando de poner orden donde no hay: pedir licencia a los que manejan, que circulemos a velocidades permitidas, que respetemos las zonas peatonales, que no manejamos con el celular en la mano, y esos conceptos que todos sabemos, son motivo de infracción, y aún así, las seguimos cometiendo.

Es cuando nos preguntamos qué hemos hecho con los representantes de la ley que actúan como Señores Feudales, con todo el poder y prepotencia de mundo, pero sin respetar la ley.

Debemos comenzar a aplicarnos uno a uno, poniéndonos el cinturón de seguridad, evitando llamadas a móvil cuando manejamos y así, limites de velocidad y manejar a nuestra derecha, de forma tal que todos podamos ser partícipes de un cambio de actitud ciudadana, en bien de todos los que compartimos esta experiencia en la capital de Tamaulipas.

De nada sirve exigir a Almaraz o a Soto si no somos capaces de respetar los lineamientos básicos, de pagar nuestros impuestos y entonces sí, exigir esos derechos ciudadanos que nos hemos ganado a través de los años.

Y que nadie debe arrebatarnos, sea cual sea su fuero, credencial o cargo, popular o de elección, pero finalmente, al servicio de los demás.

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