Pasé años de mi vida elaborando tarjetas navideñas para mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo; cuando inicié esta hermosa práctica, me llenaba de gozo recibir otras tantas felicitaciones escritas de parte de las personas que de alguna forma interactuaban socialmente conmigo, siempre encontré en aquellos mensajes algo más que un detalle para dar cumplimiento a esa maravillosa tradición cultural; siempre sentí que en cada palabra florecía el sentimiento legítimo de desearte lo mejor, entre ellos el bienestar en salud, el familiar, el progreso profesional y el exhorto de seguir siendo una persona con reconocidos valores positivos.
En el 2010, dejé de enviar tarjetas navideñas personalizadas y originales, no por motivos de falta de interés o económicos, sí, porque la modernidad iba empujándome como a otros tantos amantes de las tradiciones, a utilizar la nueva tecnología en comunicación, y aunque llegamos a un mayor número de personas, pareciera que los deseos de bienaventuranza sólo se interpretaran como un mero requisito de un protocolo social de temporada, que pierde vigencia en cuanto se da vuelta a las páginas del libro del tiempo.
Yo conservo algunas de las tarjetas navideñas hechas a mano que recibí de mi esposa y de mis hijos, las guardo como un valioso tesoro; también conservo las cartas de mi madre, las de mi amada esposa, de ayer, cuando fuimos novios; las de mi primo Gilberto Medellín Caballero, que me daba razón de mis abuelos maternos Virgilio e Isabel; conservo también una sola carta de mi padre, dándome recomendaciones cuando inicié mis estudios en la carrera de Médico Cirujano en Universidad Autónoma de Tamaulipas, en la ciudad y puerto de Tampico.
En una ocasión, escribí un artículo denominado “LETRAS VIVAS” me refiero a aquellas palabras escritas que nacen del corazón y se quedan para siempre contigo como testimonio del verdadero amor.
Quiero desearles a todos mis hermanos en Cristo, a los que sienten amor por mí, como el que yo siento por ellos, que es mi más ferviente deseo, que Dios siga velando por su salud, por la salud de sus familias, por su progreso personal y comunitario, por la paz, el progreso y bienestar de nuestro amado México y por la viabilidad con calidad de nuestro planeta.
Vivir la NAVIDAD, es vivir el amor de Jesucristo, es vivir el amor por nuestra familia, en sí, por nuestro prójimo. Dios los siga bendiciendo y bendiga cada una de sus obras.

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