Dos cosas evoqué mientras observaba caer la lluvia esa tarde, en una de ellas, me vi sentado en el portal de la casa de mis abuelos maternos; igual, era un día lluvioso; pasadas las tres de la tarde, el cielo gris, como suele suceder, me puso nostálgico, estoy solo, es una hora donde la familia busca reposar después de comer.

En el interior de la casa, las habitaciones son oscuras, si acaso la recámara de mis abuelos está más iluminada, porque tiene una ventana moderna para su tiempo; en el cuarto del medio, sólo se pueden apreciar a contraluz las siluetas de tres roperos antiguos; en el cuarto contiguo, un postigo de dos hojas de madera, colocado en la habitación de los abuelos, apenas deja entrever una estancia de lo que posiblemente estaba destinada para un comedor principal, y frente a él, la tradicional cocina de la abuela Isabel que un día fue remodelada por mi madre, cuidando dejar las partes esenciales, como su antecomedor y la chimenea, apenas iluminados por un tragaluz, colocado en la parte frontal del muro que se continuaba con el conducto de extracción, que subía hasta la chimenea exterior; una pequeña mesa donde se colocaba el metate donde se preparaba la masa para las tortillas, y enseguida una sencilla puerta que daba al portal, donde me encuentro sentado; a mis espaldas la recámara de la tía Chonita, igualmente con poca luz, que consta de dos camas individuales, separadas por un buró y por arriba un recuadro de la pared que posiblemente alguna vez fue ventana y que fue clausurada y que servía para colocar veladoras para rezarle al Cristo Negro que colgaba de la pared, y al cuadro del Sagrado Corazón de Jesús.

La lluvia cae a cántaros como decía mi abuela, el agua se empieza a acumular en la explanada del jardín, pues el resumidero por lo general se tapa con las hojas que caen de los árboles o son arrastradas por el viento, y el agua busca salida por debajo de la puerta de madera que da al solar, deslizándose rápidamente por los dos escalones de cemento; en ratos me pregunto cuándo dejará de llover, pero también me lamento, por el hecho de no poder jugar bajo la lluvia, ya que pesa sobre mi conciencia la consigna de que mojarse en esas circunstancias puede ocasionar una dolorosa inflamación de garganta; lo único que me anima en estos días de lluvia vespertina, es que al dar las cinco de la tarde llega la hora de la merienda.

Cuántas veces estuve sentado en ese portal de la casa grande, más no siempre estuve solo, me senté junto a mi abuela Isabel, junto a mi madre, junto a Gilberto, después estuve sentado junto a María Elena y nuestros hijos, que por cierto, yo no pude detenerlos para que disfrutaran brincando bajo la lluvia.

En esta tarde lluviosa, la segunda evocación sólo fue producto de mi fantasiosa mente, pues me quedó pendiente el verme sentado junto a mis nietos en ese bendito portal de mi infancia, donde se tejieron tantos sueños, donde le pedía a Dios que nunca desapareciera ese maravilloso tiempo que pasé junto a tantas personas amadas.

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