Hace unos días, tuve oportunidad de revisar un texto muy interesante, volcada como estoy en hacer acopio de materiales y documentos que me permitan bosquejar –y compartir con mis amables lectorestodo lo relativo al desarrollo histórico, social, cultural y político de Tamaulipas. Se trata del texto La Revolución y su Partido en Tamaulipas, que llegó a mis manos a través de un querido colega historiador con quien tuve oportunidad de conversar muy amenamente hace unos meses en Victoria. El texto es editado por el Instituto Político Nacional de Administradores Públicos, corriendo el año de 1988. Es muy fácil deducir, para quienes nos movemos habitualmente en estas lides de la república (es decir, de la “cosa pública”), que se trata de un texto preparado desde la perspectiva del PRI en un año decisivo y ciertamente crucial para la historia reciente de México: 1988.

Como mi perspectiva es fundamentalmente histórica, el documento tiene de suyo un interés insoslayable, pues se nos ofrece como testimonio historiográfico imprescindible para comprender tendencial y estructuralmente de dónde venimos en términos políticos.  Lo cual me hace recordar aquello que afirmaba Antonio Labriola, el gran filósofo materialista italiano contemporáneo de Engels y eslabón imprescindible para comprender la formación de Antonio Gramsci (fundador del Partido Comunista Italiano y una de las mentes más brillantes que produjo Europa el siglo pasado) cuando decía que para adentrarse en el terreno de la historia, se debía de tener bien claro un principio metodológico fundamental según el cual, “si comprender es superar, superar es sobre todo haber comprendido”.

Y vaya que el libro cumple con ese criterio, pues solo basta con abrir las páginas introductorias para darte cuenta y comprender que estás ante un ejercicio de interpretación histórica de un partido que tiene sus orígenes en la Revolución mexicana, matriz de lo que algunos autores han catalogado como la segunda generación de la izquierda mexicana: la nacional-revolucionaria (la primera fue la de la revolución liberal), y que a la altura de fines de los 80, en el tramo final del siglo XX, el triunfo electoral de Salinas de Gortari lo sometió como instituto político-ideológico a una encrucijada de redefinición doctrinaria, que en las palabras introductorias quiso ser resuelta mediante el trámite de asociar el concepto de Revolución, pivote del nacionalismo revolucionario, con el de modernización,entronizado como idea fuerza y pivote, también, del salinismo.

Es sintomático y elocuente el hecho de que dos de los referentes teóricos en esa introducción terminarían saliendo de ese partido diez años después, pasándose a las filas de la izquierda política que habría de aglutinarse en la órbita del ingeniero Cárdenas y el ala nacionalista, precisamente, del PRI, en lo que se ha dado en catalogar como la cuarta generación de la izquierda mexicana: la de la revolución democrática (la tercera generación fue la de la revolución socialista).  Todo esto en lo tocante a la introducción, que de entrada ofrece un conjunto bien interesante de criterios muy útiles para comprender todo lo que vino después desde el interior del régimen político del siglo XX emanado del PRI.

Ahora bien, la materia de que trata el libro es la del papel que jugaron grandes hombres y grandes grupos políticos tamaulipecos en el primer tramo del siglo XX mexicano, a través de lo cual el texto va explicando también, de una manera panorámica y sintética, pero bastante clara, los entresijos de lo que podríamos denominar como el drama de la formación de un régimen post-revolucionario, que se eslabona a partir del amarre de tres nudos político-institucionales: el Partido Nacional Revolucionario, el Partido de la Revolución Mexicana y el Partido Revolucionario Institucional.

Figuras como Emilio Portes Gil, Marte R. Gómez, Librado Rivera (correligionario principalísimo del liberalismo y el magonismo), los hermanos Francisco y Emilio Vázquez Gómez (tan importantes en la primera fase del maderismo y el antirreeleccionismo), José Villanueva Garza, Francisco T. Villareal, el profesor Alberto Carrera Torres o Joaquín Argüelles (todos ellos inspiración de mi abuelo Juan Báez Guerra) son hombres que se cruzan con agrupaciones como la Unión de Fogoneros del Ferrocarril Nacional, el Partido Liberal Mexicano, el Club Democrático Vázquez Gómez, el Club Político Tampiqueño, el Partido Nacional Agrarista o el fundamental Partido Socialista Fronterizo, creado en Ciudad Victoria por Emilio Portes Gil y que, junto con el Socialista del Sureste, de Felipe Carrillo Puerto, suponen antecedentes únicos e indiscutibles de la tradición de la izquierda socialista mexicana, tercera generación de la izquierda como venimos diciendo.

La Revolución mexicana fue la primera revolución del siglo XX, no lo olvidemos nunca. El libro que he podido revisar da claves importantes para comprender el papel que, de manera general, tuvo el norte de México (Coahuila, Sonora, Tamaulipas) en ese proceso tan crucial y dramático, y de manera particular el lugar que ocupa Tamaulipas y los tamaulipecos como crisol de grandes movimientos obreros, campesinos y populares, y como cantera de grandes hombres revolucionarios y de estado.

La ecuación histórica presentada es muy útil para trazar, a partir de ahí, líneas de desarrollo y de ruptura que, sin demasiada dificultad, acaso puedan darnos pistas para saber por dónde va el cauce histórico del nacionalismo revolucionario, segunda generación de la izquierda mexicana, tal como puede presentarse a la altura del primer tramo del siglo XXI, cuestión fundamental respecto de la cual ahora sí somos los de mi generación, y los que vienen detrás, los responsables de dar cuenta y de tomar, de proceder, cartas en el asunto.

* Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión