Vuelvo a decirlo, la participación en la misa dominical debe ayudar al creyente a crecer en la fe y a vivir durante la semana de acuerdo a esa fe que se profesa en el Señor Jesús.

En lo general, las personas acostumbran buscar ayuda por medio de la plegaria. Muchos se sienten culpables porque oran sólo en situaciones extremas o se sienten frustrados porque sus peticiones no parece que tengan respuesta. Otros piensan que la oración es algo reservado a un tipo especial de cristianos que tienen un don especial para esta tarea.

También hay quien piensa que la plegaria es algo secundario delante de las tareas sociales o caritativas.

En el pasaje del Evangelio que se escucha este domingo, Lc. 18:9-14, Jesús presenta la parábola de dos hombres que van al templo a orar. El fariseo es el modelo del hombre religioso biempensante. Se nota, sin embargo, que su plegaria es sospechosa: “en su interior”. ¿Quiere decir un tipo de soliloquio en que fundamentalmente se habla a sí mismo?

La plegaria de este hombre, aunque formulada como acción de gracias, parece pedir que Dios confirme que él no es “como los demás hombres” y que su piedad religiosa es excepcional. Los verbos son en primera persona: “soy… ayuno… pago”, y se compara de manera arrogante con los demás.

El otro hombre, en cambio, se golpea el pecho como signo de profunda angustia. Es muy consciente del juicio divino, de la zanja profunda que hay entre él y Dios, de manera que sólo se puede confiar a la misericordia divina.

Al final, Jesucristo declara que la plegaria del publicano es aceptada por Dios. La del otro no, que se siente tan piadoso, justo y arrogante, no puede ser recibida. La petición de acogida es muy simple: “Dios mío apiádate de mí, que soy un pecador”. Ésto enseña que la única condición para la plegaria es un reconocimiento honesto del lugar en que se encuentra la persona ante la justicia y la misericordia de Dios.

Se puede orar con palabras del Salmo 33: “El Señor no está lejos de sus fieles. Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo”.

Que la paz, el amor y la alegría del Buen Padre Dios, permanezca siempre con todos.