“No tenéis, que pensar que yo haya venido a traer la paz a la tierra: no he venido a traer la paz, sino la guerra: pues he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre, y de la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán las personas de su misma casa”. (Mt. 10:34)

Cuando me tomó suavemente de la mano, la miré, y sin salir de su boca una palabra, me habló a través del calor de su piel, entonces, pude entender que hay muchas cosas que se dejan de decir para mantener la estabilidad en una familia.

¡Ah! pero cómo marchita el ser, todo aquello que nos callamos para no contradecir a aquellos, que sintiéndose víctimas, no dejan de expresar lo mal que se encuentra su estado mental, y todo por no aceptar que si en tus pensamientos siembras inconformidad, reclamo o cualquier mezquindad, cultivarás dolor, dolor que en muchas ocasiones, rebasará tu capacidad para soportar, y entonces, éste emergerá de tu cuerpo como una enfermedad contagiosa que tarde o temprano enfermará a los demás, ¿Acaso Dios quiere eso para nosotros? No, el Señor quiere nuestra felicidad, el que todos tengamos la satisfacción de que la vida es un regalo que debemos disfrutar, y eso sólo lo lograremos, cuando dejemos de resistirnos a su legado de amor y paz.

¿Por qué nos empeñamos en renunciar a la felicidad? ¿Por qué nos dejamos llevar por nuestro falso orgullo y egoísmo?

Si algo no resulta ser como hemos planeado, debemos de entender, que algo en el proceso, no era adecuado para obtener el resultado que deseamos; vale la pena reflexionar sobre el hecho, y no tratar de culpar a aquellos que sin tener mucho que ver con lo que queremos, se ven involucrados en forma involuntaria y resultan por consecuencia ser objetos de un daño colateral inesperado.

¿Nos falta madurez? Sin duda, la madurez total nunca la alcanzaremos, mientras no nos despojemos de nuestro egoísmo, y si a eso le aunamos nuestra falta de fe, y más que creer en el Altísimo sólo creemos en nosotros mismos como un principio y un fin, seguiremos estando equivocados, seguiremos sufriendo y nunca dejaremos de considerarnos como víctimas de algo, o de alguien, pero no de nuestros propios errores, o de los llamados pecados.

“Y volviendo Jesús a hablar al pueblo, dijo: Yo soy la luz del mundo: El que me sigue, no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”. (Jn. 8:12)

Jesús, Señor y Dios nuestro, ilumínanos con tu amor, para allegarnos la sabiduría que tanta falta nos hace para entender que nuestra felicidad siempre está al alcance de la mano, ayúdanos a hablar con el corazón para mantener nuestra mente alejada de las mezquindades que nos tienen en tinieblas.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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