Como en aquellas escenas que anunciaban el desenlace de la memorable película de “La Vida es Bella”, miles de personas toman las calles de las principales ciudades del mundo clamando el fin de la pandemia de Covid-19, como si estuviéramos asistiendo al término de una guerra. Hasta hace unos días el saldo de muertes rebasaba los 300 millones de personas en el mundo.
Ya en los últimos días del 2021 pudimos apreciar en algunas ciudades de Europa como de Asia, de América como de Oceanía, centenares de jóvenes, principalmente, marchando en protesta por los intentos de los gobiernos por imponer una vez más, las restricciones que tanto daño han ocasionado en toda la población.
Sin embargo, hace apenas un mes, empezamos a ver como poco a poco se fueron flexibilizando las normas sanitarias en países como Inglaterra, Austria, Suecia y Nueva Zelanda, y mientras que China disponía la cuarentena para sus atletas infectados, algunos más, dejaban entrever la posibilidad de eliminarlas definitivamente, dando por concluido el proceso de la pandemia.
También en México empezamos a ver el final del túnel. Los estados de la república se han venido vistiendo uno a uno de verde y hace unos días Nuevo León anunció que el uso del cubrebocas será opcional en espacios abiertos, con excepción de mujeres embarazadas o personas vulnerables, dejando en manos de cada uno la responsabilidad de la decisión. Unas horas después, el estado de Coahuila anunciaba su decisión de decirle adiós a las mascarillas y la Ciudad de México empezaba a analizar la posibilidad de adoptar igualmente esta medida.
Los bares y clubes deportivos se han abierto, se retoman las actividades al aire libre y los compromisos laborales nos obligan a regresar a las oficinas, las aulas reciben a los niños y jóvenes que ansiosos esperaban este momento para reencontrarse con sus amigos. Aunque continuará la aplicación del gel antibacterial en la entrada de establecimientos públicos y comerciales, se elimina la toma de temperatura corporal obligatoria, a excepción de centros escolares. Pareciera que los intentos por retomar las rutinas previas a esta tragedia mundial se hacen cada día más presentes por doquier.
Dicen los expertos que una epidemia puede llegar a su fin, considerando dos factores muy importantes. La parte médica, que se da cuando el número de contagios y de muertos, cae hasta llegar a una cifra muy pequeña y lo más difícil de medir, cuando disminuye el miedo a la enfermedad en las distintas capas de la sociedad.
Es evidente, las estadísticas así nos lo indican, que la primera parte está por cumplirse. Lo más difícil será sin duda, enfrentar la segunda, por lo que se deduce que daremos por terminada la pandemia por una decisión social de hastío, de agotamiento por vivir confinados con temor a morir. Estamos observando como la apertura comercial y laboral finalmente fue definida por cuestiones sociopolíticas y económicas, más que de salud pública.
¿Cómo recuperaremos la confianza, la espontaneidad, para volver a convivir con la alegría de reconocernos como parte de una familia, de una comunidad? ¿Cómo evitaremos recordar estos terribles momentos vividos tras un simple estornudo?
¿Que nos queda del Covid 19 tras más de dos años de confinamientos, incertidumbre y miedo? De algo sirvió el vernos obligados a permanecer encerrados en casa, sin salir a disfrutar del sol y el aire, sin sentir la mano amiga, ¿sin escuchar la voz cercana de lo que más amamos?
Como nunca vivimos esa soledad que quema, que obliga a replegarnos en nosotros mismos buscando tan adentro la fuerza que nos ayuda a transitar por valles de sombras; descubrimos lo inútil de la tecnología con fines de acercamiento social, fría y distante, apaga el fuego del lenguaje emocional que ha dado identidad al género humano.
¿Aprendimos algo nuevo de nosotros mismos, de nuestra respuesta ante esta situación de alto riesgo que nos puso al borde de la locura, cómo nos encuentra este nuevo despertar de la humanidad?
Será necesario encontrar las formas para recuperar la alegría de vivir sin miedo, dejando atrás estos meses de aislamiento, de cansancio, tanto en niños, jóvenes y ancianos, en hombres y especialmente en las mujeres, donde recayó la parte más dura de esta pandemia.
Dice Fred Wander, escritor austríaco sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz : “El corazón de un sobreviviente, es como una campana de cristal con una pequeña grieta: ya no resuena. Contemplé las girantes estrellas, agradecido, triste y orgulloso, como tan solo puede estarlo un hombre que ha sobrevivido a su destino y se da cuenta de que todavía puede forjarse otro. Es la ley del sobreviviente”
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