Dice José Aricó, en su texto Pasado y Presente (1963), que el proceso histórico es una cadena de acontecimientos donde cada presente contiene “depurado” y “criticado” todo el pasado. Si no existiera esta continuidad dialéctica no tendría sentido el devenir histórico, no podríamos concebir una labor de recuperación del pasado y de proyección hacia el futuro… Sería el reinado del arbitrio, de la libertad absoluta y no de un telos (fin, propósito, objetivo).
Este fragmento de Aricó supone que el presente político de una sociedad solamente puede ser comprendido en la continuidad de sucesos del pasado que se van acumulando, sin que pueda ser al mismo tiempo una continuidad acabada, lineal o perfecta: es polémica, circular, fragmentada, lo que significa entonces que uno de los aspectos fundamentales del drama político de toda sociedad, en todo tiempo y lugar, es el de la controversia por definir el criterio justo que explique la continuidad histórica en cuestión.
El hecho de que sea imposible un consenso absoluto sobre la cadena de acontecimientos que explica la historia, es lo que hace necesaria la existencia de instituciones que cultiven el saber histórico, tal es el caso de la Academia Mexicana de la Historia (AMH), a cuya comida de inicio de año tuve la satisfacción enorme de ir por invitación de mi querido amigo y director de la misma, el Dr. Javier Garciadiego, y que fue un verdadero deleite por el gusto, el honor y la calidad intelectual así como la calidez de la conversación, tanto con él como con todas las mentes brillantes ahí reunidas, en especial, el Dr. Eduardo Matos, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022 por su labor de investigación en antropología y arqueología de la antigua Tenochtitlán.
La AMH tiene una historia fascinante, y resume los esfuerzos de varias generaciones de hombres y mujeres consagrados a este saber tan necesario e importante para la acción política y para la maduración de una sociedad. Aunque formalmente se funda en el año de 1919 –en el domicilio de Luis González Obregón–, tiene antecedentes en el siglo XIX con varios intentos de fundación, concretamente en 1835, en 1854, en 1870 y en 1915, sin que se haya logrado en ninguno de los casos dada la turbulencia política (Santa Anna, la Reforma, la intervención francesa, la revolución mexicana), no siendo entonces sino hasta 1919 cuando por fin se logran sentar las bases de una Academia “correspondiente a la Real de Madrid”, habiendo sido 11 los fundadores: Mariano Cuevas, Jesús García Gutiérrez, Luis García Pimentel, Jesús Galindo y Villa, Luis González Obregón, Francisco de Icaza, Juan B. Iguíniz Vizcaíno, Ignacio Montes de Oca y Obregón, Francisco Plancarte y Navarrete, Francisco Sosa y Manuel Romero de Terreros.
Es natural pensar que todos estos fundadores hayan sido de una tendencia ideológica tradicionalista, además de católica, lo que no obsta para reconocer lo encomiable de un esfuerzo que a la postre ha resultado ser tan generoso y fructífero.
En su historia inicial, destaca la dirección de dos personajes clave: Genaro Estrada, que llega a la dirección en 1930, y Atanasio G. Saravia, que llega correspondientemente en 1941. La actual sede de la Academia, un edificio muy bello con fachada que cuenta con elementos de tezontle ubicada en la Plaza de Carlos Pacheco, fue inaugurada a finales de 1953; desde entonces, la Academia desarrolla una actividad apasionada y apasionante de generación de textos e investigaciones que han ido publicándose en las ya famosas Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, además de haberse consolidado ya como de las instituciones más importantes en historia y humanidades junto con la UNAM, el INAH, El Colegio de México y El Colegio Nacional.
Sus actividades se organizan en ciclos de conferencias, congresos y coloquios, y con la Cámara de Diputados se firmó un convenio de colaboración recientemente, gestionado por el Espacio Cultural San Lázaro y, dentro de él, por el Seminario de Historia, Política y Parlamentarismo, que ha desembocado en la realización, al día de hoy, de cuatro ciclos de conferencias: sobre la historia parlamentaria nacional; sobre el 150 aniversario luctuoso de Benito Juárez; sobre la historia constitucional de México y sobre la vida y obra de Ricardo Flores Magón, además de que, para 2023, se tienen programados varios ciclos, principalmente el que dedicaremos a Francisco Villa.
No quiero dejar de mencionar la edición de obras extraordinarias, dentro de las que destacan la publicación de los Discursos de Ingreso a la Academia, un verdadero tesoro en donde está resumida, de alguna manera, la historia de la historia en nuestro país.
Seguirá siendo un honor contar con la Academia Mexicana de la Historia como una institución hermana de la Cámara de Diputados y del Espacio Cultural San Lázaro, pues además del gusto intelectual que supone contar con la valiosísima presencia de los más prominentes historiadores de la nación, nos permite nutrir y mantener vivo el interés por una disciplina, la historia, que tan importante y crucial es para la vida de todo pueblo y nación, para lo cual se me ocurre parafrasear a Trotsky y decir con él, sustituyendo política por historia, que “aunque a ti no te importe la historia, tú sí le importas a ella”.