Estamos ante uno de los conflictos más complejos y polarizadores de la historia contemporánea y al que aplica la tesis de Carlos Marx “el planteamiento de un problema equivale a su resolución” (misma que, por cierto, también es útil para el análisis de políticas públicas).
Normalmente, quienes se ubican (o son ubicados) en el sector de la izquierda político-ideológica son proclives a la condena en bloque de todo lo que haga Israel y a la simpatía por la causa palestina: así por ejemplo el expresidente Evo Morales, que declaró en sus redes sociales que “el pueblo boliviano siempre condenará la ilegal ocupación israelí de Territorios Palestinos, las sistemáticas agresiones contra el pueblo palestino y su lucha por la independencia”; mientras que quienes se ubican (o son ubicados) en el sector contrario, es decir el de la derecha política, se consideran aliados de Israel y estiman todo lo que haga la resistencia palestina como terrorismo: así por ejemplo Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular, declaró en sus redes que “en estas horas críticas para el Estado de Israel, nuestra máxima repulsa por la cruel ofensiva terrorista que está padeciendo, y nuestro apoyo y solidaridad con todas las víctimas”.
Ante todo, la consigna de los hechos: el sábado pasado, milicias del grupo islamista Hamás, que controla el gobierno de la Franja de Gaza desde 2007, realizó un ataque de manera sorpresiva a los asistentes al Festival Nova de música electrónica como parte de la celebración judía de Sucot que estaba teniendo lugar en una zona rural cerca de la frontera entre Gaza e Israel. Según los reportes de diversos medios, el ataque fue brutal y devastador (“parecía un campo de tiro”, es el testimonio de uno de los que estuvieron ahí), además de que Hamás ejecutó un ataque masivo contra Israel con miles de misiles y milicianos ingresaron en territorio israelí donde secuestraron y tomaron como rehenes a civiles y militares. Hasta el momento, las bajas se calculan en alrededor de 900 personas.
Como respuesta, el gobierno de Benjamín Netanyahu bombardeó la Franja de Gaza y declaró el inicio de la guerra, precisando que cambiará con ello la faz de esa región tan conflictiva y de tan alta densidad histórica: “Lo que le espera a Hamás será difícil y terrible… Les pido que se mantengan firmes porque vamos a cambiar Oriente Próximo”, fueron sus palabras según reporta la agencia de noticias rusa RT. Por el bando palestino, las bajas se calculan al momento en un aproximado de 560 personas y 2900 heridos.
El Gobierno de México, por su parte, emitió un comunicado de condena de los ataques ocurridos en contra del pueblo de Israel por parte de Hamás y otras organizaciones palestinas en Gaza haciendo votos para que se permita el suministro y la asistencia humanitaria, además de haber enviado aviones para el rescate de connacionales atrapados en la zona de combate y refrendar su postura respecto del conflicto histórico palestino-israelí bajo la premisa de los dos Estados, “que atienda las legítimas preocupaciones de seguridad de Israel y permita la consolidación de un Estado palestino política y económicamente viable que conviva con Israel dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas de conformidad con las resoluciones pertinentes de Naciones Unidas”.
Pero el problema con la solución de los dos Estados, en todo caso, estriba en lo que solía decir Robert Fisk –el gran corresponsal británico para Medio Oriente–, cuando afirmaba algo así como que “todo bien con la organización de los dos Estados, el palestino y el israelí; la cuestión es qué estará haciendo Irán mientras eso sucede”, en el sentido de que el palestino-israelí es un conflicto que refleja un antagonismo histórico de mucho mayores alcances e implicaciones, y que resume la fractura civilizatoria entre la racionalidad occidental moderna y la racionalidad islámica y que geopolíticamente mantiene enfrentadas a dos grandes macro-estructuras: estados nacionales laicos y estados islámicos confesionales o semi-confesionales, siendo la zona histórica palestina el epicentro fundamental de dicho antagonismo.
Esta es la razón por la cual la dicotomía izquierda vs. derecha o liberales/progresistas vs. conservadores no es óptima para interpretar el conflicto. Para contar con un análisis más sólido es necesario incorporar elementos histórico-universales, geopolíticos y filosófico-teológicos, que por fortuna podemos encontrar no sólo en numerosos libros, sino también en varias películas, entre ellas: “Múnich”, de Steven Spielberg (2006), sobre los trágicos sucesos de Septiembre Negro en las Olimpiadas de 1972 y la respuesta israelí con la operación “Cólera de Dios”; “Brigadas Rojas Baader Meinhof”, de Uli Edel (2008), sobre la organización radical de brigadas terroristas marxistas en Alemania en la década de los 70 del siglo pasado y su conexión con la lucha internacional palestina; y “Carlos”, de Olivier Assayas (2010), sobre el legendario Ilich Ramírez “Carlos”, venezolano reclutado por Al Fatah (Movimiento Nacional de Liberación de Palestina).
Recomiendo también el documental “El poder de las pesadillas”, de Adam Curtis (2004), en el que, tomando distancia respecto de algunas asociaciones y análisis, se ofrece una explicación histórica bien interesante sobre el desarrollo del radicalismo islámico en el siglo XX hasta la emergencia de Osama Bin Laden y los atentados terroristas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001; así como la serie “Homeland” de Howard Gordon (2011) en la que se expone con claridad y sencillez, diferentes aristas de la compleja relación entre Medio Oriente y Occidente.
Volviendo a los recientes y dramáticos acontecimientos, producto de cientos (o incluso miles) de años de pugna, considero que es necesario asistirse de la razón y la racionalidad moderna, laica y materialista, a fin de encontrar los mecanismos de solución política y diplomática que brinden estabilidad a ambos Estados, sus respectivos pueblos lo merecen.
La autora Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión