La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión

Estamos en la conmemoración del día internacional de la mujer y yo tengo aquí que hacerles una confesión: mi posición respecto del feminismo ha sido de alguna manera tangencial o indirecta, en el sentido de que nunca me consideré en la necesidad de tomarlo como bandera de combate político o ideológico, toda vez que, por circunstancia generacional y por formación familiar, nunca hice la distinción a priori entre la forma masculina o femenina para interpretar los problemas nacionales, económicos o históricos de México o el mundo, o para entender los problemas específicos de la política según pude aprender de mi padre y de todos los hombres que han sido mis jefes a lo largo de mi carrera profesional y que siempre me impulsaron e inspiraron y de quiénes nunca me he sentido discriminada por ser mujer.

Esto no significa, desde luego, que me fueran ajenos ciertos aspectos problemáticos de la condición social y económica de la mujer contemporánea, que sin duda varían según el entorno, la clase social, la educación y la ubicación en el espectro ideológico (liberal-conservador) y por los que hay que dar todavía una ardua batalla para lograr la igualdad de género.  Es en ese sentido que llevo dedicándole algún tiempo a la revisión de la historia y los conceptos que sobre el feminismo y sus generaciones u oleadas han surgido.  Hoy quiero destacar, de entre todo lo que he podido más o menos estudiar, a una autora que me parece da en el blanco de una manera frontal, clara y directa, y no ya nada más en lo que concierne al feminismo, sino a la cultura política y la ideología dominante del mundo occidental de nuestro tiempo, el postmodernismo, dentro de la cual el feminismo es, precisamente, una variable independiente y de primer orden: Camille Paglia.

Paglia es profesora de humanidades y de estudios sobre medios de comunicación en la Universidad de las Artes de Filadelfia. Nació en 1947 en Nueva York, lo que tiene una implicación bien importante en términos generacionales, porque se trata de la generación a la que le tocó con veinte años la eclosión del movimiento epocal del 68, dentro del cual la emancipación de la mujer en términos no ya nada más económicos o políticos, sino sexuales y culturales fue fundamental. Sin duda una pensadora polémica, pero siempre con argumentos bien fundamentados en la historia y el pensamiento lógico.

Precisamente en ese contexto del 68 donde la disidencia intelectual de Paglia fue configurándose poco a poco, porque lejos de plegarse a la radicalización feminista de la década de los 70 y subsiguientes, fue más bien distanciándose de lo que fue detectando y caracterizando como la gestación de una tendencia ideológica relativista –tomemos nota de esto–, que en un primer momento se planteó como una posición de izquierda, crítica y contestataria pero que, en vez de tomar las mejores virtudes de la tradición marxista (sobre todo el fundamento histórico y antagónico para interpretar la realidad), tomó los peores vicios (como la deriva relativista, armonista y utópica de la metodología dialéctica) para terminar mezclándose de manera catastrófica y lamentable con una moda intelectual traída de Europa entre los 70 y los 80 del siglo pasado, principalmente de Francia (el estructuralismo de Foucault o Derrida) y Alemania (la teoría ultra crítica de la Escuela de Frankfurt), para desembocar en una verborrea victimista y resentida de conceptos pedantes e incomprensibles (decolonialidad, deconstrucción, postcolonialidad, transmodernidad, otredad, el lenguaje inclusivo, epistemologías del sur) que en el sistema universitario norteamericano, y sobre todo en el área de las humanidades, terminó por destruir tradiciones históricas e intelectuales decantadas durante siglos y que ha convertido a las áreas de estudios superiores occidentales (en EEUU y en otros países) en escuelas de adoctrinamiento ideológicosectario que hace ya imposible, por ejemplo, que un estudiante de letras en Harvard o Yale pueda disfrutar con tranquilidad la obra de Homero, Shakespeare, Cervantes o Dostoyevski por ser vistos los tres ahora, a la luz de las doctrinas de género o postcoloniales, como autores masculinos, blancos, heteropatriarcales y eurocéntricos.

Para ilustrar la doctrina a la que me refiero, baste comentar mi experiencia personal: Con el ánimo de conocer mayor detalle del movimiento feminista, tomé un diplomado sobre estudios de género, y me sorprendió muchísimo el hecho deque, a lo largo de los meses, me fui dando cuenta de que se trataba de una especie de adoctrinamiento, pues todas las posiciones eran exactamente iguales, no escuché una sola crítica al movimiento feminista hegemónico.  Nadie habló de las posiciones de Camille Paglia o de Christine Hoff Sommers, reconocidas académicas que se identifican como feministas.  El contraste se me hizo evidente cuando comparé la situación con la época en la que estudié la licenciatura en economía (ITAM), en donde revisamos el espectro completo de la ciencia económica, obviamente incluido Marx, tanto desde la perspectiva filosófica como laeconómica. ¿Por qué entonces no incluir también a feministas que son críticas del feminismo hegemónico?

Volviendo a Paglia, en cuanto a la mujer y el feminismo, lo que detectó es que los estudios de género y perspectivas similares estaban llamadas a convertir a la mujer en víctima de todo y de una manera absoluta y absolutista, que es lo que de alguna manera ha terminado por ocurrir con la configuración de la tiranía de la corrección política, y frente a lo cual ella optó por defender la libertad de las mujeres pero no como víctimas, sino como sujetos responsables de sus actos y de su libertad política, sexual y cultural, y en vez de sumarse a la tendencia perniciosa de sustituir a la figura del padre por el Estado y las leyes para proteger a la mujer-víctima pasiva e ingenua, se ha convertido en teórica y defensora de lo que ella y otros han denominado como “street-smart-amazon feminism”, que podríamos traducir de alguna manera como feminismo inteligente, audaz y asertivo, y sobre todo no pasivo ni victimista, que produzca tendencias virtuosas que den potencia, protagonismo y vitalidad social, política y cultural a la mujer contemporánea. Se trata de un feminismo con el que yo, en definitiva, me identifico y me reconozco por completo.