‘Si Américo Ferrara creía que la encarcelación de los comunistas acabaría con la huelga, estaba muy equivocado’. Así comienza la parte que lleva por título [elevar una protesta], así como está, con los corchetes, de Autobiografía del algodón de Cristina Rivera Garza(Random House, México, 2019), nuestra paisana. Originaria de Matamoros Tamaulipas, Rivera Garza reside desde hace muchos años en Estados Unidos, con una carrera académica consolidada como profesora distinguida en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Houston.
Se trata de una gran tamaulipeca que porta con honra el nombre de nuestro estado y el de México en los circuitos académicos y literarios de más alto prestigio en EEUU y América Latina, y que tiene ya una larga lista de obra publicada que va de la novela, su principal género creativo, a la poesía, el cuento, el ensayo y la historia. Hace varios meses pude leerme esta novela tan interesante y entrañable, y quiero aprovechar ahora la ocasión para hablar de ella.
Con un estilo lleno de fuerza e intensidad evocador de Rulfo, Magdaleno, Mojarro o José Revueltas –que por lo demás cumple una función esencial en la obra, como ahora veremos–la trama se estructura de una manera verdaderamente formidable, en una mezcla de ficción y no ficción entrelazadas sobre un bastidor histórico que se organiza alrededor de un hecho puntual y concreto: la huelga de trabajadores agrícolas en los dominios de J. Américo Ferrara, precisamente, en Estación Camarón Nuevo León, corriendo el año de 1934 en el contexto más amplio del proyecto de plantación de algodón en el norte del país, particularmente entre Tamaulipas y Texas, que el general Lázaro Cárdenas impulsara durante los treinta del siglo pasado como esquema de desarrollo y atracción poblacional.
Esta es parte de la no ficción del libro. En la otra aparece José Revueltas, ni más ni menos, que como tengo dicho cumple una función clave que instrumentaliza Rivera Garza de una manera extraordinaria auxiliada de manera literalmente proverbial por el azar y el destino,pues resulta ser que, conversando con un colega sobre su interés por la cuestión migratoria y las historias de su familia tanto materna como paterna, que en su andar de migrantes hubieron de pasar por un pueblo de nombre muy peculiar… Estación Camarón, el colega le recordó que ese es el pueblo en el que tuvo lugar una huelga, corriendo el año de 1934 ni más ni menos, en la que José Revueltas había participado según contó en su novela El luto humano. Fantástica coincidencia ¿no es cierto?
Pero faltaba la corroboración de los hechos, pues tratándose como ella de una novelista, y por tanto de una creadora de ficciones, existía la posibilidad de que la participación de Revueltas en la huelga en cuestión haya sido utilizada por él solamente como pretextonarrativo pero no verídico, es decir, que era probable que Revueltas, literalmente, se haya inventado la historia de su participación en todo aquello para poder levantar desde ahí el material de El luto humano.
Pues resulta ser que no. Tras una investigación un poco fatigosa en archivos de Monterrey, Rivera Garza pudo por fin cruzarse con la sección de telegramas de aquel año, para comprobar que José Revueltas había sido, efectivamente, uno de esos comunistas detenidos y encarcelados que con apenas veinte años participó como enviado del Partido Comunista en aquélla huelga de Estación Camarón. Él había sido, tal cual, de los comunistas cuyo encarcelamiento hiciera pensar a Américo Ferrara que, una vez presos, la huelga terminaría. ‘Pero estaba muy equivocado’.
En la parte de ficción de Autobiografía del algodón, Cristina Rivera Garza se toma la licencia para hacer que sus abuelos terminen conociendo a José Revueltas, en un libro que resulta entonces entrañable al ser una crónica familiar que se entrecruza con la lucha de clases tal como pudo haberse dado en el contexto de un proyecto algodonero fronterizo de los treinta del siglo pasado, que formaba parte de la matriz de desarrollo económico impulsada por el cardenismo que remataba, a su vez, el proceso de la Revolución mexicana, con un personaje real y extraordinario y genial como Revueltas de cuya vivencia y consigna de todo aquello van desprendiéndose hilos que retoma luego Rivera Garza para reconstruir una parcela de la realidad histórica, política, económica y social del México post-revolucionario en donde frontera, migración y pobreza se dan cita como paralelogramo epocal en el que vidas modestas y tal vez insignificantes se vuelven testimonio de un siglo a través del texto bello y poderoso que esta autora tamaulipeca nos ofrece bajo la forma sui generis de la “autobiografía” de un producto de la tierra, el algodón, y en una localización geográfica, Estación Camarón, convertida hoy en un pueblo fantasma azotado por la violencia generada por la guerra contra el narco.
Insertada en la más sólida y consistente tradición de la gran narrativa social y política de México, Cristina Rivera Garza debe ser tenida hoy como de las plumas que con mayor claridad y penetración pueden comprender el significado histórico de la vida en el norte de México, y la experiencia extenuante e intensa que supone para cualquiera el contacto con la frontera como marca que determina, implacable, nuestro destino, cosa que aplica tanto en términos personales como continentales según me dijera hace mucho un buen amigo argentino, que al conocer el norte de México me dijo algo más o menos como esto: “He comprendido la importancia de la frontera de México para frenar la avasallante cultura del imperio más poderoso de la historia, y por tanto salvaguardar la cultura mexicana y, con ella, la latinoamericana. Ahora sé que, lo que soy, empieza en esta frontera”.
* Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.