En varias ocasiones he sentido el verídico afecto que un ser humano siente por otro, y puedo asegurar, que más allá de la reciprocidad que puede fortalecer la integración de una sintonía afectiva, he sentido cómo la gratitud de convierte en amor, desprendiéndose de ello el sentir de un espíritu misericordioso.

Dicen que el dolor del alma difícilmente puede ocultárseles a las personas que verdaderamente aman, y que ellas desarrollan la capacidad telepática, de tal forma, que pueden saber lo que te está ocurriendo. En lo particular, pienso que aquellos que han logrado tender un puente emocional para comunicarse, más que leer la mente, pueden interpretar los mensajes que llegan a través del lenguaje corporal.

En varias ocasiones he observado cómo algunas personas, sobre todo de la tercera edad, espontáneamente intervienen a mi favor, describiendo con mucha exactitud lo que en ese momento estoy sintiendo, incluso, lo he observado en algunas mascotas que han desarrollado la capacidad de estar en sintonía con mis emociones.

Así como una madre defiende a un hijo ante una situación injusta, así como un padre aconseja y guía, así como una mascota se acerca con ternura en un acto solidario; yo me pregunto, si detrás de todas esas expresiones de misericordia, no estará presente Dios. Cómo explicar, incluso, el hecho de que si alguien que te ve con relativa frecuencia, de manera espontánea te hace sentir que está ahí para no dejarte caer.

“A Dios nadie lo ha visto jamás: El hijo unigénito, existente ab eterno en el seno del Padre, él mismo en persona es quien le ha hecho conocer a los hombres” (Jn. 1:18)

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