Un destello de luz, proveniente de una fácil sonrisa, que sin prisa y sin temor, desbordaba alegría, misma que repartía como si le sobrara energía, era pues, esa su mayor virtud y no necesitaba más, porque si algo pedía, no era para atesorar riqueza, aunque, a decir verdad, no lo sabía.

Era un destello de luz en la oscuridad de un alma extraviada, acosada por el fantasma de la tristeza, abandonada y convertida en una seca y dura  corteza formada para proteger la dignidad de su otrora majestad y nobleza, del árbol de la sabiduría.

Mas, los destellos de luz, sólo suelen ser eso, un resplandor vivo, pero fugaz, destinado a apagarse en cuanto capturan el preciso momento de un entorno de fantasía, de un aparente final feliz, para deslumbrar con su brillo lo que estaba presente, y que vería más, por estar el ánimo ausente.

¡Oh, fuente de luz destellante, que salió de una clara mirada viva! que se pierde en la nada, por la amargura descontrolada de la edad que todo marchita, esperando de nuevo brillar como esperanza infinita, para salir de la voluntaria oscuridad en que ahora se encuentra la intermitente luminosidad que casi está ya apagada, y que se niega a sí misma a resplandecer como luz que despide a la madrugada, por estar resignada a dejar de brillar.

¡Oh pensamiento inaudito! que va y viene sin tener un sustento en el alma que hoy se debate entre llantos y gritos, queriendo salir de la oscuridad, donde se encuentra atrapada, buscando la paz anhelada por el estrecho camino infinito de la tristeza callada.

Si existió, brilló, y si brilló iluminó, aunque fuere un ratito la sobre que la incertidumbre dejara.

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