Cuando el sentimiento te gana, no hay forma de hacer entender a la razón; será la edad o será el sereno como dijera mí tío Tiótimo, pero si entender a las mujercitas en la niñez, en la adolescencia y en la juventud es difícil, más difícil  resulta  entenderlas cuando cursan por la etapa de abuelas; y es que apenas estaba yo concientizándome sobre el beneficio que aporta a la salud física, mental y espiritual el hecho de disfrutar unas merecidas vacaciones, y que en esta ocasión, decidí rescatar el viejo PEMAPA (Programa de Estiramiento Músculo Articular para Personas Anquilosadas) mismo que inventé para tener un propósito que fortaleciera en el año 2017 la mejora de la activación física aplicada en adultos mayores, en fin, pero como dicen los buenos cristianos “ El hombre propone y Dios dispone” Nada, que de la noche a la mañana, recordé que en ese tiempo mi amada mujercita decidió que hiciéramos un viaje relámpago a la ciudad y puerto de Tampico, y le pregunté, por qué a Tampico,  y ella me contestó con la frase “Playa, sol y mariscos”, he de confesar,  que mi cuerpo pedía otra cosa “Cama, masaje y apapacho”, pero ya sabe usted, mi estimado lector, que soy débil y de pasada mandilón, como aseguraban mis amigos, pero además, me jacto de ser un defensor incondicional de los derechos de la mujer, por lo que sólo me resistí un par de minutos, recargué mis baterías por 24 horas más, y en un santiamén ya estaba subiendo el equipaje al auto;  segundos después, mi esposa hizo una llamada con mucho sigilo, y sólo alcancé a escuchar la frase “Pan Comido”; investigué a quién había llamado, y resultó que era a una de mis adoradas hijas, quien como buena madre, decidió cumplirle un sueño a la pequeña María José: ir a conocer la playa donde sus ídolos de ese tiempo, Pepa Pig y Caillou, suelen ir a bañarse.

Ustedes son testigos de que amo a todos mis nietos, (oíste bien Cristian, a todos) pero, antes de disfrutarlos, como todo abuelo amoroso, consentidor y ateflonado, la verdad, unos cinco días libres de toda mortificación, de malas noticias, y de piadosas oraciones por nuestros amados representantes populares y honestos administradores de los bienes del pueblo, esos días de preparación casi religiosa, me caerían como anillo al dedo; y nada, que a las pocas horas, me percaté de lo adictivo que son los nietos para las abuelas y uno que otro abuelo con espíritu de Papá Noel, como mi compadre Jorge. En fin, inhalé y expiré profundamente veinte veces, ¿por qué veinte veces? bueno, porque diez ya no me eran suficientes con el trastorno de ansiedad que sufro desde que me hicieron chanchullo con los estímulos, en fin, eso pertenece ya al pasado, y lo que más importa en estos momentos es la calidad de vida de los adultos mayores como yo.

Pero me he desviado un poco del camino, y lo que en verdad quería narrarles, es que descubrí que mi amada esposa es más sentimental que yo, ¿que por qué lo digo?, pues porque mi queridísimo nieto José Manuel que en aquel entonces contaba con diez meses de edad, de pronto decidió que para apreciar en todo el esplendor el panorama  marino, como buen navegante que pretende ser, decidió irse al “carajo” o sea, se subió a la canastilla del mástil más alto, o sea yo, despreciando los cálidos brazos de su amada abuela, lo que causó seria consternación y profundo pesar; tardé un poco para convencerla que el bebé no la había dejado de amar, solamente estaba explorando el mundo desde otra altura, y para ello, le pedí a la cuidadora de José Manuel, que tiene una altura sobresaliente, que se acercara, y nada, que el bebé también le dio los brazos y se subió a la “canastilla”. Cabe mencionar, que nuestro pequeño marinero bajaba rápido de la canastilla, porque la altura y nuestro movimiento lateral lo mareaban.

Cuando José Manuel percibió el motivo del llanto de su abuela, se acercó a mi oído y me dijo: Abuelo, solamente tú podrás convencerla de lo mucho que la amo, dile que por nada del mundo cambiaría sus brazos, su cariño y su amor incondicional, tú me entiendes abuelo, porque la conoces mejor que nadie; bueno, te diré que no me han bastado seis años de novio y cuarenta y ocho de casado para conocerla, pero ahora que ambos llegamos a la edad de los nudos en la garganta y los suspiros ocasionados por los años idos, nos delata el sentimiento por estar a flor de piel.

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