En dónde quedaron los campos de trigo y de verde cebada,

en dónde, las risas de niños felices que libres y alegres corrían

sobre el suave cultivo donde impresas dejaron sus huellas

en los húmedos surcos mojados, por el rocío de la madrugada.

 

En dónde quedaron los sueños, los planes y metas de ayer,

que no esperaron la maduración del intelecto y de la fuerza

para disfrutar de los frutos de la dedicación y el esfuerzo,

en dónde quedaron los dulces anhelos de aquellos desvelos.

 

En dónde quedaron las amables sonrisas, las tiernas caricias,

los besos traviesos, las dulces palabras, la atención esmerada,

que daba paz y armonía para tener siempre las almas unidas,

con la divina energía que permitió conocer la verdad y la vida.

 

En dónde quedaron los dichos y hechos, que dieron origen

a la curiosidad para descubrir si el amor es la vital energía

que se mueve con la sutil sintonía para seguir enamorados

con la pasión que atraía a los cuerpos en tiempos pasados.

 

En dónde estamos ahora, al principio o al final del camino,

a caso existe el destino, o sólo la trascendencia a otra vida

una vez que la semilla de trigo cambió para convertirse en pan

y alimentar al espíritu anhelante por llegar a la otra orilla.

 

En dónde estamos tú y yo, en medio de nada, combatiendo rutinas,

eludiendo respuestas, buscando la forma de luchar con el tiempo,

para no olvidar que somos un todo, en esta unidad persistente

que debemos honrar, para cumplir la promesa de podernos amar.

 

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